E sta administración ha reaccionado de manera oportuna y desde distintos flancos para enfrentar la pandemia del coronavirus. Con el apoyo del Congreso ha adoptado diversas acciones y se han unido diferentes instituciones para contribuir desde su marco de competencia. Es una pena que esta catástrofe nos haya tomado con tanta precariedad en las finanzas públicas. El espacio fiscal es muy limitado y empeorará en los meses venideros. Ante esta emergencia nacional probablemente la regla fiscal no será una limitante; el problema será la percepción de los agentes económicos, que ahora verán mayores riesgos del país para atender oportunamente sus obligaciones. Por algún lado debería reducirse el gasto corriente para no exacerbar el desequilibrio; los mercados financieros no perdonan, independientemente de las causas involucradas.
Todas las medidas que puedan adoptarse para ayudar a los sectores más afectados son bienvenidas y temporalmente algo contribuirán a paliar esta difícil coyuntura. Dentro de todo el arsenal disponible no debería soslayarse una de las políticas más efectivas de los bancos centrales en economías abiertas y que ha dejado de utilizarse en la última década: la política cambiaria. Paradójicamente, según estudios del mismo BCCR, durante el período de la flexibilidad administrada, la volatilidad del tipo de cambio ha sido incluso inferior a la prevaleciente durante las minidevaluaciones, excepto quizás en el último año y medio. De manera silenciosa ha sido protagonista de la bajísima inflación, pero también de la gran apreciación cambiaria real, con efectos no despreciables en los sectores comerciables internacionalmente.
El tipo de cambio real se apreció un 20% en promedio durante el período de 2010 a 2019 en comparación con el que prevaleció en la década anterior (2000 a 2009). No fue en un año en particular; fue para cada uno de los últimos 10 años; una cifra muy significativa que encareció al país y dejó fuera del mercado a muchas actividades, especialmente a algunas de mayor valor agregado nacional. Las principales causas de esta apreciación son el alto déficit fiscal y el endeudamiento externo para financiarlo. En buena lógica económica, en vez de haber contribuido a apreciar el colón, más bien hubiese sucedido lo contrario, pues ha incrementado los riesgos, degradado las calificaciones, aumentado las tasas de interés y reducido la competitividad.
El mercado de divisas costarricense no ofrece las condiciones ideales para dejar la determinación de un precio tan importante como el tipo de cambio, exclusivamente a las fuerzas de la oferta y demanda. Hay muchas distorsiones, incluyendo el gran financiamiento externo para gastos corrientes del Gobierno, capitales de corto plazo y, según el mismo Ministro de Hacienda y otros, grandes cantidades de fuentes poco lícitas. Se han mencionado cifras incluso superiores a las que genera el turismo. El mercado de divisas es muy importante, pero no deberíamos confiar plenamente en sus bondades, especialmente cuando va contra de toda lógica económica. Por ejemplo, es difícil explicar cómo es posible que durante estos primeros meses se haya apreciado el colón cuando se han presentado noticias muy poco positivas; en la mayoría de países competidores las monedas se devaluaron.
En la actual coyuntura todos los sectores se verán afectados, pero los más perjudicados serán los que producen bienes y servicios comerciables internacionalmente, particularmente el turismo. La mayoría de acciones adoptadas implicarán un alivio temporal en el flujo de caja, pero casi ninguna significa un incremento en la rentabilidad. La única manera de lograrlo, sin mucho costo y de manera inmediata es mediante el ajuste del desajustado tipo de cambio. Ya no contarán con tantos ingresos en dólares, pero serán de utilidad ahora, o en el futuro cercano. Si el mercado no lo permitiera en caso de continuar superavitario, como inexplicablemente ha sucedido en los primeros meses, pero difícil que continúe por mucho tiempo más, habría que aprobar un programa adicional de compra de divisas. Algunas de las ventajas simultáneas de esta política serían las siguientes:
a. Ajustaría el tipo de cambio a un valor más cercano a la realidad del país, el cual se ha vuelto excesivamente caro y poco competitivo.
b. El BCCR compraría divisas a un precio relativamente barato.
c. Incrementaría las reservas monetarias internacionales para proteger al país de una eventual crisis de confianza.
d. Aumentaría la liquidez en colones, tan necesaria, cuando el BCCR empiece a comprar los dólares.
e. Reduciría las pérdidas del BCCR al aumentar el señoreaje.
f. No se traduciría en un gran aumento en la inflación por las mismas condiciones prevalecientes; cuya tasa promedio en los últimos 5 años ha estado por debajo de la meta inferior.
g. Incrementaría el tipo de cambio real, pues el efecto traspaso (pass through) sería muy bajo en las actuales circunstancias.
Por casi una década se dejó de utilizar uno de los instrumentos más efectivos para los bancos centrales; es el momento de rescatar la política cambiaria. La política monetaria no ha sido efectiva porque la desconfianza y pérdida de competitividad ha reducido los incentivos para aumentar el consumo y la inversión. Las reducciones en las tasas de interés y del encaje mínimo legal no ha estimulado el crédito del sector privado; incluso podrían ser contraproducentes actualmente. La política más efectiva y con efecto inmediato en las actuales circunstancias es la cambiaria; no despreciemos la utilización de un instrumento tan poderoso y que aún mantiene en su arsenal el BCCR. Estamos a tiempo para emplearlo con moderación y parsimonia. ¡Nunca es tarde cuando la dicha es buena!
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