A lgunas personas nunca están contentas. Siempre piensan que se merecen mucho más de lo que tienen o de lo que logran. No es que están alicaídas por un hecho que las afecta especialmente, lo que nos parece natural. Es que siempre están deprimidas.
Hay muchas formas de expresar ese estado de ánimo (melancolía, depresión, tristeza, aflicción, pena, pesadumbre, morriña, postración, languidez, pesimismo, decaimiento, entristecimiento, etc.). En Costa Rica, lo llamaríamos “ahuevazón” (o ‘agüevazón’), pero hay un término de origen literario que me gusta para describir parcialmente esa condición: bovarismo.
El término “bovarismo” fue utilizado por Jules de Gautier en “El Bovarismo, la psicología en la obra de Flaubert” (Le Bovarysme, la psychologie dans l’œuvre de Flaubert), en 1892, en el que se refiere a la protagonista de la novela de Gustave Flaubert. Recordemos que en “Madame Bovary”, Flaubert cuenta la historia y romances extraconyugales de Emma Roualt y la relación con su esposo Charles Bovary, “médico rural y pequeño burgués”. Emma se desencanta de él y se deprime de la sencilla y aburrida vida que le ofrece su marido. Emma, además, se endeuda hasta que la situación económica de los Bovary se torna insostenible. Al encontrarse abandonada por sus amantes y rodeada de gente que no ama, Emma toma la decisión de suicidarse con arsénico. Charles finalmente se da cuenta de todo, la perdona y luego muere de amor (para el resumen de la trama me he aprovechado de Wikipedia).
Gautier describía el “bovarismo” como el “estado de insatisfacción crónica de una persona, producido por el contraste entre sus ilusiones y aspiraciones (a menudo desproporcionadas respecto a sus propias posibilidades) y la realidad, que suele frustrarlas” (Ibidem). Se trataría, entonces, del contraste entre la “realidad” y las ilusiones o aspiraciones que tenemos con nuestro entorno, con nuestro país, con el mundo, con el sistema, etc.
“Poder es querer”, responderían los más optimistas y no hay duda que si ponemos empeño en lograr algo, en alcanzar una meta, podríamos lograrlo o, por lo menos, acercarnos a aquella. Pero esa tesis supone una dosis de realismo al definir la meta que queremos alcanzar. La búsqueda de quimeras, sabemos bien, puede terminar en pesadillas o frustraciones.
En ese sentido, lo que corresponde es actuar como “arquitectos”: proponer algo que no existe (una casa, un edificio, un entorno urbano, por ejemplo), que podríamos alcanzar si pusiéramos nuestra capacidad y empeño en ello, pero a partir de una realidad (un presupuesto, un terreno, unos materiales, unas regulaciones, un personal, etc.). Es decir, una meta que no hemos alcanzado, pero que sí podríamos alcanzar.
En el ámbito político, el bobarismo podría definirse como el contraste entre las declaraciones políticas y constitucionales (amplias y generosas en derechos y aspiraciones), y las realidades de nuestras comunidades o de nuestros países: poco coincidentes con esas declaraciones, porque muchas veces ellas actúan más como “banderas”, que como verdaderos “derechos” en el sentido jurídico del término.
Lo escrito viene a cuento de las frustraciones y revueltas sociales en países democráticos, especialmente en torno a los años 68-70 del siglo pasado, o en últimos años (empezando por los Chalecos Amarillos en Francia en 2017 y en América Latina en 2019), contra gobiernos democráticamente electos (dejo por fuera de este análisis a los gobiernos “autoritarios” -Nicaragua a partir del 2018-).
No diré que es el “bovarismo” lo que explica esas manifestaciones, pero si se puede decir que algo de ello ayuda a explicarlas.
¿Qué lleva a algunas personas a manifestarse masivamente en las calles o en las plazas públicas contra un gobierno, contra una propuesta o contra un sistema democrático? ¿Habrá un “master mind” detrás de esas manifestaciones? ¿Habrá una conspiración de la izquierda, de la derecha, del imperialismo, de una potencia, de un grupo?
En las novelas, en las películas y en la política; es común atribuir a un genio del mal, a un Estado, a una corporación (conocida o secreta), a un grupo (los judíos, los inmigrantes, los empresarios, los comunistas, los ultras), al imperialismo o a una potencia o país extranjero; la generación de daños a una sociedad. Y, como toda gran mentira está fundada en una parte de verdad que la hace creíble (Cicerón), no hay duda que siempre que el caos aparece, hay algunos interesados o beneficiados del mismo. Ellos estarán interesados en echarle leña al fuego.
De acuerdo, pero ¿quién prende la chispa original? ¿Qué hace que esa chispa se expanda y ponga en peligro la propia democracia o al menos la vigencia de un gobierno electo popularmente?
Algunas pistas:
Las democracias pueden establecer barreras contra sus enemigos, pero difícilmente sortean el bobarismo delusivo de aquellos que sin ser sus enemigos, actúan como si lo fueran: padecen una insatisfacción crónica producida por el contraste entre sus ilusiones y aspiraciones (a menudo desproporcionadas) y la realidad democrática.
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Publicación original en crhoy.com (28/06/2023)