D urante sus casi tres años de gobierno, el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, ha dejado en evidencia su incapacidad para desarrollar una verdadera política de seguridad ciudadana. En cambio, ha desplegado una enorme habilidad para convertir el fracaso generado por esa omisión en una lanzadera y conculcar derechos civiles y políticos. De paso, una reactiva “mano dura” le ha permitido reforzar su popularidad.
¿Hasta cuándo? No sé. El problema es que la mezcla de respaldo público con la docilidad absoluta de su apabullante mayoría parlamentaria y los avances para tomar la institucionalidad del país ya casi han convertido a El Salvador en una autocracia personalista-estructural. Cuando —o si— la población despierte, quizá sea demasiado tarde.
El inicio de su mandato coincidió con una apreciable baja en la violencia desatada por las maras, la peor plaga que afecta a la sociedad salvadoreña. El gobernante la presentó como resultado de una nueva orientación de seguridad, que lo distinguía de sus predecesores; sin embargo, pronto se demostró que no era tal. El medio digital El Faro documentó la ausencia de una política que explicara el cambio. Al contrario, fue producto de una transacción entre delegados de Bukele y líderes pandilleros para decretar una virtual tregua a cambio de beneficios personales.
La tranquilidad nunca fue total, pero sí manejable, al punto de añadirse a otros laureles populistas exhibidos por el presidente. Sin embargo, el pacto colapsó, y el fin de semana del 25 al 27 de marzo se produjeron 87 homicidios. Revelación: la paz estaba pegada con saliva, no asentada en una estrategia integral.
El fracaso condujo a decretar una emergencia, desatar una represión brutal contra cualquiera que parezca pandillero e imponer cambios al Código Penal que han limitado las garantías individuales y puesto severas barreras y penas a la libertad de expresión. Con 18.000 encarcelados y ningún homicidio reportado en abril, Bukele ahora exhibe más orondo que nunca su imagen de macho alfa millennial. Es el espejismo como arma. Y mientras muchos de sus compatriotas lo aplauden, otros sufren sus arbitrariedades, y el débil tejido democrático está más golpeado que nunca. Pero la política integral de seguridad ciudadana aún brilla por su ausencia.
Envíe sus dudas o comentarios a radarcostarrica@gmail.com
Las opiniones expresadas en esta publicación son del autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de la Academia de Centroamérica, su Junta Directiva, ni sus asociados.
Publicación original en La Nación (29/04/2022)Complete the following form and join Central America Academy for information and regular updates.
Error: Formulario de contacto no encontrado.
Complete el siguiente formulario de suscripción y únase a la
Academia de Centroamérica para ofrecerles un mejor servicio.
Error: Formulario de contacto no encontrado.