R ecién comenzada la saga del COVID-19 en marzo del año pasado, el Banco de Inglaterra publicó un estudio para discusión sobre la conveniencia de emitir una moneda digital, conocida como CBDC por sus siglas en inglés. Ahora que la pandemia empieza a estar bajo control, este tema adquiere la notoriedad que le corresponde.
La emisión de una moneda digital por parte de un banco central es un cambio radical en la forma como los entes emisores interactúan con la economía, tanto en el ejercicio de su política monetaria como en la facultad que otorgan a los bancos comerciales de crear dinero por medio del crédito y las reservas fraccionales que lo respaldan.
Primero es importante aclarar que una moneda digital no es una cripto moneda, y no necesariamente debe estar registrada utilizando la tecnología de blockchain o DLT. No es una cripto moneda pues el Banco Central emite y centraliza su registro y, quizás lo más importante, garantiza su uso como medio de intercambio y unidad de cuenta. Y si bien el blockchain ofrece algunas ventajas de acceso y residencia, aún tiene limitaciones de desempeño, privacidad y seguridad.
A primera vista, se podría decir que las CBDCs son solo una manera diferente de representar los billetes. Aún más, que son similares a los saldos que registramos en nuestras tarjetas de débito. Si bien ambas afirmaciones son correctas, hay mucho más. Su característica más importante es que, a diferencia de lo que ocurre con los saldos de las cuentas corrientes, que conllevan el respaldo y riesgo del banco comercial donde se ubique la cuenta, las CBDCs no tienen riesgo de crédito. Adicionalmente, el púbico tiene acceso a la moneda digital sin tener que pasar por un intermediario bancario. Visto desde otra perspectiva, cada moneda digital en poder de un consumidor es una menos que los bancos pueden usar como depósitos para otorgar crédito y crear de esa forma dinero. Este es un cambio más que estructural.
Las beneficios para el banco central son múltiples: fortalecen el sistema de pagos, al disminuir el riesgo de que la quiebra de un banco mine la confianza del público y facilita el acceso al sistema financiero; desestimula el surgimiento de formas privadas de creación de dinero, como la impulsada en su momento por Facebook; permite llenar las necesidades futuras de la economía digital; atiende el reto derivado del uso cada vez menor del efectivo y facilita la creación de un sistema de pagos trasfronterizos.
Un punto final a considerar es el del señoreaje, o la utilidad que deriva un banco central de la diferencia que existe entre lo que le cuesta emitir un billete y su valor facial. Al cierre del año pasado, la liquidez en moneda nacional en el sistema financiero costarricense alcanzaba unos dieciséis billones de colones. Menos del diez por ciento de la misma era emisión monetaria, sobre la cual se genera el señoreaje. Si nuestro Banco Central decidiera emitir su propia moneda digital, dándole acceso directo a los consumidores a sus cuentas de reserva, esta proporción aumentaría exponencialmente.
Además, la consecuente reducción en la base de depósitos de los bancos comerciales y su capacidad de otorgar crédito obligaría al Banco Central a darle liquidez al sistema, pero a un costo. Así, lo para los bancos hoy es gratis, dejaría de serlo. Si para evitar un desplazamiento total de la moneda “mala”, los depósitos en los bancos comerciales, se decide que la emisión de moneda digital no exceda el veinticinco por ciento del PIB, ya eso de por sí sería una ganancia en señoreaje de una magnitud inimaginable. Lo suficiente para resolver el problema fiscal, pues al final el Estado es el dueño del banco central. Así, que no nos sorprendamos si en algún momento del futuro cercano, nos encontramos con el anuncio del lanzamiento del “bit-colón”.
Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de la Academia de Centroamérica.
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