P or miles de años, las personas creían que la tierra era plana y que el Sol giraba alrededor de ella. Los sentidos lo decían. Luego (hace como 500 años), la ciencia y la experiencia, nos convencieron de que La Tierra era redonda y que giraba en torno al Sol. Y que, además, ni la Tierra (Gaia) ni el Sol (Zeus), eran dioses del Olimpo.
La respuesta intuitiva (conocimiento, comprensión o percepción inmediata de algo, sin la intervención de la razón, de la experiencia o de la ciencia), condenaba la respuesta verdadera porque ella parecía “contraintuitiva” (es decir, iba contra esa intuición). No importaba las veces que los estudios lo afirmaran (Galileo, Copérnico) y que los viajes de Colón, Magallanes y Elcano, lo comprobaban. De hecho, todavía hay culturas y personas que siguen pensando que la Tierra es plana (y que el hombre no llegó a la luna).
La intuición es útil en las cosas cotidianas, pero puede estar equivocada en muchas ocasiones. Especialmente en algunos temas complejos de entender (por ejemplo, la redondez de La Tierra). En los temas sociales, políticos y económicos, puede llevarnos también a conclusiones equivocadas.
Veamos algunas de esas afirmaciones “intuitivas” que son comunes, pero que normalmente resultan equivocadas (o, al menos, excesivas): 1) Que la inflación, o el aumento en el costo de la vida (de los productos, de las medicinas, de las tasas de interés, etc.), se limita controlando los precios de los mismos. 2) Que para evitar que los propietarios abusen de sus inquilinos, se necesita controlar el precio de los alquileres. 3) Que para eliminar el consumo de alcohol y los daños que produce, se necesita prohibir su consumo. 4) Que para evitar el proxenetismo y la prostitución, se necesita prohibir la prostitución. 5) Que para mejorar la recaudación de impuestos y controlar la evasión, hay que subir los impuestos. 6) Que la informalidad laboral se resuelve con más inspección laboral. 7) Que para controlar las enfermedades de transmisión sexual, basta con prohibir las relaciones sexuales fuera del matrimonio. 8) Que la criminalidad se frena con la pena de muerte (y que a mayor pena, menos delito), etc.
Para verificar la veracidad o falacia de esas afirmaciones, deberíamos acudir a la ciencia o, al menos, a la experiencia. Y ¿qué nos dice la ciencia o la experiencia? Nos permiten, cuando ello es posible científicamente, constatar y comprobar si esas “intuiciones” son correctas. En ciencias sociales (incluidas las económicas), no podemos llegar a establecer leyes tan contundentes como en las matemáticas, pero podemos estudiar las probabilidades reales de esas afirmaciones, cuando tenemos suficiente evidencia de ellas.
Por ejemplo, sabemos que los países que aplicaron controles de precios no aplacaron la inflación, sino que, normalmente, tuvieron el resultado contrario a lo que pretendían. Por ejemplo, cuando el gobierno de Konrad Adenauer y su Ministro Ludwig Edhard en Alemania, liberalizaron los precios (después de 1948), la inflación que estaba disparada tendió poco tiempo después a reducirse (los precios subieron mucho menos que cuando las potencias aliadas imponían controles de precios). Después de que Richard Nixon impuso controles de precios en los Estados Unidos (inicios de los años 70s), la inflación se disparó en los años siguientes, hasta que los precios se liberalizaron (en los años 80s). Cuando en Costa Rica se impusieron los controles de precios (antigua Ley de Protección al Consumidor), la inflación se desbordó. Cuando se eliminaron esos controles, la inflación promedio bajó significativamente. Todavía hoy, la evidencia nos enseña que los productos que tienen precios controlados han subido tanto o más que los de precios libres.
Los países que establecieron en los últimos años los mayores controles de precios, son los que tienen los mayores niveles de inflación (donde los precios crecen más rápidamente y donde sus economías se estancan o retroceden). Es el caso, en América Latina, de Venezuela y Argentina. La inflación en Venezuela es más de 100 veces y en Argentina 7 veces mayor que la inflación de Costa Rica. De hecho, en Venezuela la inflación, aunque sigue siendo excesiva, bajó un poco cuando se eliminaron algunos controles.
Pero los controles de precios siguen siendo populares en esos países y en los nuestros. Como los controles de precios no contienen la inflación (más bien, tienden a aumentarla), los gobernantes que los defienden, siempre podrán acudir a echarle la culpa a los comerciantes de la inflación. A reglón seguido, los amenazarán con cerrarles sus negocios. Cuando lo hacen, obviamente, los precios crecerán aun más (habrá más escasez), pero entonces le echarán la culpa a los acaparadores, etc. No lograrán bajar los precios (al contrario), pero la población creerá que son los comerciantes y no los gobiernos los culpables.
Lo mismo pasa con los controles de alquileres. En el mediano plazo, en lugar de ayudar a los inquilinos, los golpea. Un economista sueco recordaba que había dos formas de destruir una ciudad, una era bombardearla y la otra imponer controles de precios de los alquileres. Pasa que al controlarlos, los inquilinos a corto plazo se benefician, pero muchos menos gente construye locales o casas para alquilarlos, entonces hay menos bienes que alquilar y la escasez provoca precios exorbitantes para los nuevos inquilinos. Por otra parte, se pierde el incentivo para mejorar los que están alquilados. Los dueños no ganarían nada con ello, y los inquilinos no querrían invertir en bienes que no les pertenecen.
Contra la intuición popular, la experiencia comparada indica que los controles de precios (o de alquileres) no son sostenibles y, tarde o temprano, aumentan la inflación (el aumento generalizado de precios); golpean a los más pobres y destruyen el entramado social.
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Las opiniones expresadas en esta publicación son del autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de la Academia de Centroamérica, su Junta Directiva, ni sus asociados.
Publicación original en crhoy.com (11/05/2023)Complete the following form and join Central America Academy for information and regular updates.
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