F rente al descalabro consuetudinario de la política monetaria (con inflaciones superiores al 130% este último año) y la incomprensible política cambiaria en Argentina (devaluaciones y múltiples tipos de cambio según decisiones gubernamentales), el candidato a su Presidencia, Javier Milei, ha propuesto cerrar el Banco Central y “dolarizar” la economía (aunque hay matices en esta última propuesta)..
En nuestro continente, hay varios países “dolarizados”: Panamá (el primero), El Salvador y Ecuador. En Europa hay varios países que dejaron sus monedas nacionales y adoptaron una moneda única: el Euro. En los primeros casos, renunciaron básicamente a establecer una política monetaria propia y adoptaron la divisa norteamericana. En la Unión Europea (pero no aplicable a todos sus miembros), se decidió construir una moneda común (el Euro) fundada en el Banco Central Europeo, aunque hay quienes dicen que terminó prevaleciendo la política monetaria de su principal economía: Alemania.
En el balance, aunque esas decisiones no estuvieron exentas de controversias, hay que reconocer que lograron estabilizar los precios (menores inflaciones), en comparación con las situaciones precedentes y, sobre todo, limitaron la tentación de los Gobiernos en esos países de acudir a sus Bancos Centrales para resolver o paliar sus problemas de finanzas públicas y desvalorizar así el valor de sus monedas. Se limitó la capacidad de los gobiernos de emitir moneda sin sustento y alimentar la inflación.
Los efectos sobre el empleo y el crecimiento económico, en cualquier caso, no fueron exacerbados como anunciaron sus detractores. Es difícil saber a ciencia cierta qué habría pasado en materia de empleo y de crecimiento, si los citados países no se hubieran “dolarizado” o “eurizado”, pero la comparación con el resto de países de sus entornos permiten sostener que, por lo pronto, no les fue mal con esa decisión. Otra cosa, son los efectos de las políticas fiscales y económicas de cada país sobre esos rubros (crecimiento y empleo), porque ellas siguen dependiendo de la razonabilidad económica y social de sus gobiernos y del contexto internacional.
En resumen, esas medidas monetarias aunque no garantizaron una panacea, no representaron un jinete del apocalipsis, ni mucho menos.
Pero hay una alternativa que yo prefiero: la desnacionalización del dinero. Es decir, que los gobiernos no impongan una única moneda para contratar y cumplir los intercambios comerciales o interpersonales. Costa Rica es uno de los países que más se acerca a esa definición, en su momento preconizada por Hayek, premio Nobel de Economía (uno de sus libros se titula precisamente La Desnacionalización del Dinero).
Esa decisión, por cierto, no fue producto de una decisión política o legislativa expresa, sino producto de una de las Sentencias de mayor impacto en nuestro país. La Sentencia sobre la Ley de la Moneda, # 3495-92, de la Sala Constitucional, redactada por mi padre en 1992. En ella se recuperó esencialmente el sentido original del Código Civil de 1886 (entró en vigencia en 1888) y que había sido anulado prácticamente en 1947, mediante la Ley de la Moneda #836, la que estableció que “en toda determinación de precios” y en todas clase de transacciones, contratos o remuneraciones, “los importes deberán necesariamente expresarse en colones” (artículo 5); y que prohibió “celebrar contratos o contraer obligaciones… que estipulen pagos en otra moneda distinta al colón” (artículo 6).
El resultado práctico de aquella entronización de la moneda de curso forzoso fue la pérdida de la estabilidad monetaria, al punto de que esa inestabilidad (grandes devaluaciones, inflaciones superiores al 10% anual, y algunas del 80%, sobre todo a partir de los años 70s.), se vio reflejada en múltiples reformas legales en 1955, 1978, 1982, 1984. Incluso, en la Ley 6935 se llegó a reformar el artículo 771 del Código Civil, para negar acción legal a los contratos en moneda extranjera ante nuestros tribunales.
La citada Sentencia de la Sala Constitucional de 1992, se voló de un plumazo semejante atropello y declaró la inconstitucionalidad de los párrafos primero y segundo del artículo seis de la Ley de Moneda, y eliminó, por razón de inconstitucionalidad, el peculiar principio de que el pago de la transacción se debía efectuar al tipo “oficial” y no al de mercado de la divisa. A partir de entonces, el país ha gozado de mayor estabilidad monetaria y cambiaria que en las décadas precedentes.
Alberto Di Mare, ilustre economista y humanista costarricense (QDDG), en un artículo titulado “El Inmejorable Sistema Monetario Costarricense. Homenaje en honor del Magistrado D. Rodolfo Piza Escalante” (Revista Acta Académica #26, UACA, año 2.000), mostró que:
“… el sistema monetario costarricense actual es el mejor de los posibles y que, aunque no garantiza contra la inestabilidad monetaria, sí la atenúa, y cuando ella sobreviene no tiene las consecuencias insalvables sobre la actividad económica usual en otros esquemas. Esta institucionalidad… ha sido un resultado exitoso que debemos defender a toda costa, y oponernos a reformas que pretendan restablecer lo que superamos, es decir, volver al valor absolutorio de la moneda nacional, pues la ventaja que tenemos sobre los demás sistemas se deriva, precisamente, de no ser nuestra moneda medio legal de pago, condición que, en nuestro país, la posee únicamente la moneda convenida contractualmente. Esta institucionalidad es mucho más eficiente para lograr la estabilidad de la economía nacional, que las sugeridas por economistas y juristas de diversas inclinaciones y, por eso, a ella debemos apegarnos…”
Ciertamente, nuestro modelo tiene limitaciones (como ha demostrado la realidad del tipo de cambio), pero la alternativa parece más compleja y gravosa. Tampoco garantiza frente a diversas distorsiones monetarias (fijación gubernamental de precios o de tasas, por ejemplo), ni frente a desequilibrios fiscales y endeudamientos excesivos), pero al menos sí atenúa sus efectos y sus excesos.
Ojalá otros países de nuestra región (Argentina o Venezuela, por ejemplo), en lugar de complicarse con medidas radicales, tomen nota de este modelo y logren estabilizar sus monedas, para enfocarse en resolver los más graves problemas económicos, sociales culturales y ambientales de nuestros países.
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Publicación original en crhoy.com (15/11/2023)