E n las últimas semanas, el país fue azotado por lluvias, cuya frecuencia e intensidad afectaron la infraestructura vial, las posesiones materiales de muchos habitantes y las actividades productivas, y ocasionaron daños materiales cuantiosos, pero, sobre todo, las lluvias cobran vidas humanas, cuyo valor es supremo, incalculable e irreparable.
El trágico accidente del 17 de setiembre en la ruta 1, en Cambronero, nos recuerda lo frágil que es la infraestructura vial y lo vulnerables que somos a los fenómenos climáticos adversos. Hoy las principales arterias viales están parcialmente cerradas y requieren inversiones sustanciales para operar con alguna normalidad.
Me refiero a las rutas 1 y 2 —la carretera Interamericana—, la 32 hacia Limón, la 27 hacia Caldera y la 34 o Costanera sur. Esto, por supuesto, sin olvidar el sinfín de rutas nacionales y cantonales que están seriamente dañadas —junto con los puentes respectivos— que alteran la vida diaria y el curso normal de las actividades productivas.
¿Cómo llegamos ahí? De acuerdo con el Instituto Meteorológico Nacional, la temporada de lluvias del 2022 es la más fuerte desde 1945 y la segunda más intensa desde 1900. Al ritmo actual, es posible que este año sea el más lluvioso desde que se tienen registros en el país. Peor aún, un mayor porcentaje de la precipitación se ha presentado en forma de eventos intensos de un solo día.
El cambio climático varía la intensidad y frecuencia de las lluvias. Los océanos más cálidos aumentan la cantidad de agua que se evapora en el aire. Cuando más aire cargado de humedad se mueve sobre la tierra, produce precipitaciones más intensas.
Los impactos potenciales de las fuertes precipitaciones incluyen, como ya experimentamos, daños en la infraestructura y los cultivos, erosión del suelo y aumento del riesgo de inundación y deslaves que, a su vez, pueden causar lesiones, ahogamientos y otros perjuicios sanitarios.
Asimismo, existe evidencia de la proliferación de plagas y enfermedades infecciosas ligadas al aumento de la temperatura y la intensidad de las lluvias. Por ejemplo, infestaciones de roya en el café, la prevalencia de los mosquitos vectores del dengue y la malaria, enfermedades transmitidas por el agua e incluso la afectación por los virus que causan la influenza y otras enfermedades respiratorias.
En el ámbito de la ciencia natural, el cambio climático se refiere a trastornos del clima atribuidos directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables. La actividad antropogénica —de los humanos— ha hecho que la temperatura media del planeta aumente y ha producido varios de los efectos que he descrito.
El cambio climático es muy complejo y toca diversas aristas, más allá de las científicas y tecnológicas. Abarca dimensiones económicas, culturales y políticas, así como cuestiones morales y éticas. Pero es, además, un problema global, sentido a escala local, que existirá durante miles de años.
El dióxido de carbono, el gas de efecto invernadero que atrapa el calor y es el principal responsable del calentamiento global, permanece en la atmósfera durante muchos miles de años, y el planeta tarda un tiempo en responder a él. Entonces, incluso si dejáramos de emitir todos los gases de efecto invernadero hoy, el calentamiento global y el cambio climático seguirán afectando a las generaciones futuras.
¿Qué se puede hacer? Usualmente, hemos dividido las acciones contra el cambio climático en dos frentes: actividades relacionadas con la mitigación y la adaptación. La primera conlleva la disminución del cambio climático a través de la reducción de la circulación de gases que atrapan el calor (efecto invernadero). Una mitigación exitosa supondría la estabilización de los niveles de estos gases en un período suficiente que permita a los ecosistemas adaptarse naturalmente, asegurar la producción de alimentos y lograr el desarrollo económico de forma sostenible.
La adaptación, por su parte, significa ajustarse al clima “cambiante”, incluido el actual y el futuro. La meta es reducir los riesgos a los efectos dañinos, como el incremento del nivel del mar, más lluvias intensas, sequías prolongadas y la inseguridad alimentaria.
Costa Rica cuenta con un programa de cambio climático desde 1994. La discusión y las posibles acciones de mitigación y adaptación son amplias dentro de los círculos académicos y la élite en general. El país es responsable apenas del 0,02% de las emisiones globales y, sin embargo, ha tomado un liderazgo sobresaliente en el ámbito de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático y se ha comprometido con acciones significativas de mitigación, desde ser carbono-neutral hasta un vigoroso plan de descarbonización de la economía.
En cuanto a adaptación, Costa Rica cuenta con una política específica para el período 2018-2030, que busca fortalecer capacidades y condiciones de resiliencia, así como reducir vulnerabilidades, daños y pérdidas. El documento contiene una serie de lineamientos generales que apuntan principalmente a incorporar la variabilidad climática en los procesos de planeación, sobre todo, de servicios públicos, infraestructura y sistemas productivos. Sin embargo, financiamiento, acciones y proyectos específicos no son parte del alcance del documento.
Lamentablemente, me parece que hemos perdido mucho tiempo en la discusión teórica sobre el cambio climático y nos hemos preocupado desproporcionadamente por la mitigación y los compromisos de Costa Rica con la comunidad internacional. Las acciones para la adaptación son pocas, incipientes y desconectadas.
Claramente no es fácil. En palabras de Andy Hoffman, de la Universidad de Minnesota, el cambio climático es también un fenómeno cultural y político que está remodelando la forma en que pensamos sobre nosotros mismos, nuestras sociedades y el rol de la humanidad en la tierra. Su complejidad nos induce a que dependamos de emociones y sesgos preexistentes para entenderlo, y desechemos evidencia científica y el razonamiento lógico.
El cambio climático nos alcanzó y es preciso tomar decisiones que conduzcan a la aplicación de acciones concretas de adaptación. La psicología social ofrece recomendaciones para que empecemos a actuar: a) evitar escenarios cataclísmicos y el lenguaje hiperbólico, b) separar el problema de la solución, c) determinar el impacto personal, d) hacer el caso de negocio: ¿Por qué actuar a nivel empresarial y de gobierno?, e) aterrizar: hacer palpable la realidad del cambio climático, y f) presentar soluciones para un futuro común deseado, donde todos podamos coincidir.
Envíe sus dudas o comentarios a victor.umana@incae.edu.
Las opiniones expresadas en esta publicación son del autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de la Academia de Centroamérica, su Junta Directiva, ni sus asociados.
Publicación original en La Nación (22/10/2022)