D iversos estudios y analistas señalan la creciente desigualdad en el mundo como un gran reto, tanto para países desarrollados como en desarrollo. Sin embargo, generalmente, no se discuten en profundidad las causas de la desigualdad ni los costos sociales que tiene para las democracias.
En este artículo, basado en la literatura sobre el tema, voy a comentar los dos puntos anteriores en términos económicos, políticos y sociales.
Para comenzar, la desigualdad es un concepto complejo y multidimensional, que puede ser analizado de muy diversas formas. Varios investigadores señalan la falta de oportunidades como una de las principales razones de la desigualdad en la región, esto es, desigualdad en el acceso a una educación de calidad y acorde con las exigencias del mundo moderno (cambio tecnológico), a los servicios de salud y a la conectividad (internet de banda ancha).
Además, existen otras causas de la desigualdad, tales como el deficiente acceso a los servicios financieros e infraestructura física, la falta de progresividad del sistema impositivo (el que más tiene pague más), la búsqueda de rentas no directamente productivas (v. g. corrupción) y la inflación.
Es necesario entender la incidencia de cada uno de estos factores como origen de la desigualdad en cada caso particular para plantear políticas correctivas que cambien el curso en esta materia. Dicho de otro modo, para definir una hoja de ruta y atacar este gran reto social con acciones concretas y eficaces. Algo que creo es una tarea aún pendiente en Costa Rica.
La literatura señala que más de un siglo de desigualdad en América Latina y el Caribe ha contribuido a un comportamiento económico deficiente, instituciones políticas débiles y problemas sociales.
El crecimiento lento, las políticas de exclusión, la violencia y la desconfianza social refuerzan la concentración del ingreso y generan círculos viciosos. De acuerdo con esta literatura, existen por lo menos cuatro mecanismos que ayudan a explicar estos resultados, así como la permanencia y fortalecimiento de los círculos viciosos que retroalimentan los procesos generadores de la desigualdad.
Un primer mecanismo es la existencia de élites dominantes con pocos incentivos para aumentar la productividad e invertir en sectores modernos, que generen fuentes de trabajo mucho mejor remunerados. Lo anterior, debido a que si bien estas élites han diversificado sus actividades, lo han hecho entre actividades poco dinámicas e innovadoras.
Si a esto se suma la insuficiente inversión en una educación de calidad, el resultado es muy pocas fuentes de trabajo mejor remuneradas y una dualidad productiva típica en estos países. En Costa Rica, la situación se ha agravado, tal como señala el Estado de la Educación en varios de sus informes.
Nuestro país muestra desde hace varias décadas un gran deterioro educativo, el cual, en mi opinión, atenta contra la creación en el futuro de más y mejores fuentes de empleo y nuevos emprendedores. Por ende, fomenta la desigualdad.
Un segundo mecanismo que explica el resultado de la desigualdad en la región es el hecho de que las decisiones de política han estado influidas por los grupos de poder (i. e. las élites y sus intereses). Ello explica los problemas relativos a las estructuras fiscales regresivas, los problemas de evasión fiscal y la falta de recursos públicos necesarios para el financiamiento de una educación de calidad acorde con las exigencias del mundo moderno (i. e. cuarta revolución industrial) y servicios de salud para todos.
Un tercer mecanismo es el surgimiento de respuestas populistas para enfrentar los costos de la desigualdad (como en el caso de Perón en Argentina y Chávez en Venezuela). La exclusión y falta de crecimiento alto y sostenido hace que se pierda la confianza en los partidos tradicionales y en el régimen democrático, aunque se emplea este para llevar al poder a populistas que dañan significativamente la democracia.
Como si esto fuera poco, la desigualdad ha contribuido a la polarización y reducción del espacio para alcanzar acuerdos políticos que resuelvan los retos sociales.
El cuarto mecanismo consiste en que la desigualdad se asocia también con graves problemas sociales, tales como la violencia y desconfianza entre diferentes segmentos de la población, todo lo cual obstaculiza el alcance de acuerdos políticos entre diferentes segmentos de la sociedad.
La retroalimentación de los círculos viciosos antes descritos pareciera hacer mucho más difícil cada día el reducir la desigualdad en la región. En el campo social, otros analistas han mostrado que la alta desigualdad contribuye al surgimiento de serios problemas sociales, reforzando así los argumentos discutidos anteriormente.
De hecho, muchos estudios sobre la desigualdad de ingresos y la salud, que comparan países o regiones dentro de un mismo país, muestran que las sociedades más igualitarias tienden a ser más saludables. La desigualdad está asociada con una esperanza de vida más baja, tasas más altas de mortalidad infantil, estatura más baja, mala salud, bajo peso al nacer, sida y depresión, según estos estudios. Todo lo anterior pareciera indicar que mejorar la equidad ayudaría a tener una sociedad más saludable.
Por otra parte, dice el premio nobel de economía Joseph Stiglitz que la desigualdad impacta de forma negativa una economía en áreas como la producción, la estabilidad, la eficiencia y el crecimiento económico. Los efectos de la desigualdad sobre cada una de estas variables son múltiples y se manifiestan a través de numerosos canales, según este autor.
Debido a la desigualdad en la satisfacción de necesidades, en especial en materia de salud, educación, seguridad, transporte, etc., se hace cada día más difícil que los segmentos de la población más adinerados estén dispuestos a pagar impuestos para sufragar las inversiones públicas en infraestructura, investigación, desarrollo, salud y educación. Solo en una sociedad más igualitaria la población estará más dispuesta a pagar tributos para cubrir este tipo de inversiones en bien de la comunidad en general.
En síntesis, la desigualdad implica costos económicos, políticos y sociales para toda sociedad. En términos de costos económicos, estos tienen que ver con el hecho de que la desigualdad crea grandes obstáculos para el desarrollo económico (ej. baja inversión en educación pública de óptima calidad, insuficiente innovación tecnológica, poca recaudación tributaria para financiar la necesaria inversión social y mala preparación para enfrentar choques externos).
En cuanto a los costos políticos, la desigualdad crea un ambiente de malestar entre la población y disconformidad con los políticos y las instituciones, lo cual facilita el surgimiento de gobiernos populistas que no solucionan los problemas y más bien debilitan aún más los regímenes democráticos, haciendo más difícil la atención de dichos problemas.
Respecto a los costos sociales, la desigualdad produce desconfianza, pobreza, violencia e inestabilidad social, entre otros, así como ausencia de cohesión social para llegar a acuerdos políticos que ayuden a enfrentar exitosamente los retos sociales.
Por lo anterior, atacar el gran desafío de la desigualdad debe ser un compromiso de todos, pero en especial de quienes nos gobiernan. Costa Rica es un país donde la desigualdad ha ido en aumento y cabe preguntarse qué tanto de lo comentado anteriormente es aplicable a nuestro entorno.
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Publicación original en La Nación (14/06/2023)