E l 12 de este mes, el presidente Joe Biden divulgó su Estrategia de seguridad nacional, un requisito que debe cumplir cada nueva administración estadounidense. El primer borrador circuló en la Casa Blanca y otras instancias gubernamentales en diciembre pasado, pero la invasión rusa a Ucrania obligó a su replanteamiento y, por ello, un notable retraso.
Anteayer, el Departamento de Defensa hizo pública una versión parcial de su Estrategia de defensa nacional, que fue compartida en su totalidad con el Congreso el 28 de marzo. También debe presentarse cada cuatro años y aborda cómo esa rama del gobierno impulsará las prioridades establecidas por el Ejecutivo.
El documento del presidente plantea, desde su introducción, un imperativo dual: por un lado, “una competencia estratégica para perfilar el futuro del orden internacional”, que demanda responder a las amenazas de los adversarios; por otro, “desafíos compartidos que impactan a la gente en todas partes y que demandan una creciente cooperación global”.
Define a Rusia como el peligro más inminente y severo, por su claro desdén de la legalidad y el sistema internacional, “como ha mostrado su brutal guerra de agresión contra Ucrania”. Sin embargo, considera que China plantea una amenaza más orgánica y sustancial a mediano y largo plazo, como único “poder adversario” que posee tanto la intención de reconfigurar el sistema internacional, como, de manera creciente, el músculo “económico, diplomático, militar y tecnológico para avanzar en ese objetivo”.
A estas dos fuentes de rivalidad se añaden los riesgos que emanan de Estados autocráticos con menor dimensión, como Irán y Corea del Norte; también, el deterioro de la democracia en varios países.
Al destacar, en medio de las confrontaciones, la importancia de buscar puntos de encuentro que permitan articular respuestas multinacionales a retos sin fronteras, la estrategia pone en primer lugar el cambio climático, por su naturaleza existencial. A la vez, destaca la inseguridad alimentaria, las enfermedades transmisibles, la proliferación nuclear, el terrorismo, la manipulación de agentes biológico, la delincuencia transnacional, la corrupción, la crisis energética y las migraciones.
A diferencia de otras administraciones, la propuesta de Biden elimina la frontera entre política exterior y doméstica. Según dice, la exitosa proyección global de Estados Unidos depende, en buena medida, de la solidez de su democracia, su capacidad de innovación, su músculo industrial y su resiliencia interna.
A partir de esta visión, enfatiza en una idea que hasta hace poco abordaban con recelo, pero ahora adoptan con entusiasmo, tanto su partido Demócrata como importantes sectores del Republicano. Es la necesidad de una “política industrial moderna”, mediante la cual el Estado “complemente el poder innovador del sector privado”, y realice “inversiones estratégicas” o conceda subsidios para fortalecer las cadenas de suministros e impulsar tecnologías críticas, como microelectrónica, computación de punta, biotecnología, energías limpias y telecomunicaciones avanzadas.
Además de invertir hacia dentro para mantener sus ventajas competitivas, la Estrategia considera esencial robustecer alianzas alrededor de los valores compartidos y la convergencia estratégica con otros países, como los de la OTAN, Japón, Corea del Sur y Australia, pero también desarrollar coaliciones amplias, que permitan avanzar hacia una integración más orgánica de objetivos y métodos en política exterior y seguridad.
Define a sus fuerzas armadas como las más poderosas que haya conocido el mundo, y destaca la necesidad de fortalecerlas y modernizarlas aún más. Sin embargo, las califica como un “último recurso”, cuyo uso debe depender de cuatro elementos: que “sea necesario para defender” los intereses nacionales, que sus objetivos y misión sean “claros y realizables” y consecuentes con los valores y leyes del país, que se vinculen con herramientas no militares, y que cuenten con “el consentimiento informado del pueblo estadounidense”.
Además de contener a Rusia, superar integralmente a China y cooperar con la mayor cantidad de actores posibles para abordar desafíos globales compartidos, destaca la importancia modernizar, fortalecer o replantear, según sea el caso, instituciones y normas del sistema internacional, para atender cambiantes realidades. Ello contempla actualizar las Naciones Unidas y “el sistema multilateral en general”, así como estándares tecnológicos, de ciberseguridad, comercio y finanzas.
También como nunca antes, coloca la tecnología como un elemento central de la seguridad. “Debemos asegurarnos —afirma, en clara referencia a China— que los competidores estratégicos no exploten las tecnologías fundacionales, el conocimiento y los datos de los Estados Unidos y sus aliados” para erosionar su seguridad.
Al desgranar la estrategia según regiones, es clara la importancia que el documento concede a la indo-pacífica y europea, y, en menor medida, el Cercano Oriente.
La primera, porque “impulsa mucho del crecimiento global y será el epicentro de la geopolítica en el siglo XXI”; Europa, porque “la relación trasatlántica es una plataforma vital sobre la que se construyen otros elementos” de la política exterior estadounidense. Por esto, “ha sido y seguirá siendo nuestro asociado fundacional en la atención de la gama completa de los desafíos globales”.
Reconoce un vínculo directo entre la seguridad Estados Unidos y la prosperidad del resto de América; por tanto, califica como de “vital interés” revitalizar el partenariado para preservar la resiliencia económica, la estabilidad democrática y la seguridad ciudadana en nuestro hemisferio. Sin embargo, es claro que atribuye menor importancia geopolítica a la región, y que sus intereses en ella, además de los ya mencionados, se centran en temas migratorios, ambientales y de institucionalidad, con particular preocupación por las dictaduras en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Una cosa, por supuesto, es la Estrategia de seguridad nacional pública; otra, la real y confidencial, que no siempre la iguala. Además, así como las circunstancias cambian, las respuestas deben modularse a lo largo del tiempo.
Nada de lo anterior, sin embargo, resta importancia al documento divulgado el miércoles 12, que nos dice, en términos generales, cómo se ve el mundo desde la Casa Blanca. Recomiendo su lectura a quienes, en cualquier país, estén vinculados o interesados en política exterior.
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Publicación original en La Nación (29/10/2022)