E l presidente Trump retira a EEUU del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Distintos funcionarios rusos tienen variados contactos con miembros de la campaña y la administración Trump, el tema escala sin un final claro en el horizonte. Putin dice que Trump está haciendo su trabajo según la constitución y que lo deberían dejar en paz. Xi Jin PIn se presenta en los foros mundiales dispuesto a llenar el vacío que deja EEUU, defiende el libre comercio y las alianzas transpacíficas, parece moderado y razonable en sus comentarios. Macron gana las elecciones en Francia pero Marine Le Pen gana muchísimo terreno. Merkel y Trump dicen que sus países ya no son mejores amigos. La constructora más grande de Iberoamérica, la brasileña Odebrecht, tiene a una decena de países en serios problemas políticos que derivan en menores inversiones en infraestructura debido a sus actividades corruptas. Venezuela está sumida en un caos y la OEA no puede hacer nada al respecto.
¿Es que acaso en una columna como esta podamos explicar lo que estamos viendo en el mundo? Aunque la respuesta obvia es un rotundo NO, sí creo que podemos describir tres fuerzas que nos ayudan a analizar los eventos.
La idea de que cada uno de nosotros pertenece a un país, es algo muy poderoso. Los “mapas mundi”, con todos los países coloreados, y sus fronteras exactas, son fascinantes. Explican el mundo, el tamaño de cada país, sus vecinos fronterizos, los nombres de sus ciudades, ríos y montañas. La verdad es que me encantan, incluso, hace unos días decidí que quiero comprar una esfera terráquea por lo útiles que me resultan. Sin embargo, cada vez más existe una tensión entre la definición de los países y la forma de cómo lidiar con los problemas del mundo. La pobreza, la migración, el terrorismo, el cambio climático que Trump no siente, la desigualdad en la distribución de la riqueza, las plagas globales, el control que la sociedad quiere ejercer sobre las corporaciones multinacionales, la posibilidad de guerras internacionales con armas nucleares, biológicas, o químicas, etc. etc., son fenómenos para los cuales las herramientas de que dispone cada país, aún los más grandes como EEUU, China y Rusia, se quedan muy cortas. Es como querer arreglar la platina con un balde de plasticina. Propongo que esta distancia abismal entre los retos y las soluciones, es la causa principal del descontento popular cuando escuchamos a los políticos explicar y prometer cómo van a solucionar los problemas de la sociedad. Simplemente no pueden y nos quieren engañar diciendo que por ser ellos honestos, capaces, etc. solucionarán el problema.
Kim Jong-un, el máximo líder de Corea del Norte, juega con sus cohetitos nucleares y la ONU no hace nada. Nada. Pone en jaque a las potencias, pero eso no se puede arreglar en el seno de la organización que los países crearon justamente para ver ese tipo de problemas. Venezuela está en un caos, llevan 65 muertes producto de las protestas, pero la OEA no hace nada al respecto. ¿Qué organización puede controlar a las multinacionales como Google (Alphabet), Facebook, y Amazon, que tienen repositorios de información de personas que nadie sabe cómo usarán en el futuro? ¿Y quién garantiza la conducta de otros gigantes como Microsoft, Apple, y el puñado de empresas chinas apoyadas por el estado que andan de compras por el mundo entero? Ciertamente no será ni el Banco Mundial, ni el FMI, ni la FAO. Entonces surge la otra pregunta: si hacemos un análisis del costo-beneficio de mantener estas burocracias internacionales, ¿cuál será el “bottom line”? Tarde o temprano algún economista ganará un premio nóbel por decir que ya estas instituciones no cumplen casi ninguno de los objetivos para los cuales fueron creadas.
La población obrera de pueblos rurales que votaron por Trump, no van a lograr volver al pasado. Esa es la mala noticia que su presidente debería darles. No es forzando a la BMW a que ponga sus fábricas en EEUU que un grupo de ex-trabajadores de General Motors van a lograr reintegrarse a la fuerza laboral y “desemplear” a un par de robots que hoy hacen lo que hacían 30 personas hace tan sólo 15 años. Pero la tecnología también está aumentando la demanda por la transparencia de los gobiernos, de una manera exponencial. Cada vez más, los países tendrán que publicar sus datos en la internet de manera que puedan estar disponibles para el análisis de la población. La sociedad ya no soporta los niveles de corrupción históricos. Odebrecht se creía invencible, más allá de la ley. Cuando al padre de Marcelo Odebrecht, le preguntaron si creía que a su hijo, quien era presidente de la empresa en ese momento, lo podrían meter a la cárcel, él dijo en una entrevista, que si metían a Marcelo a la cárcel, debían hacer dos celdas más, una para Lula y otra para Dilma. Pues bien, a Marcelo lo sentenciaron a 19 años de cárcel, una pena que puede reducirse producto de su “delación premiada”, la mayor confesión de corrupción que le costará a la empresa más de US$ 3mil millones en multas. Los expresidentes Lula y Dilma están siendo investigados. La investigación “Lava Jato” que incluyó a Odebrecht y otras empresas, será un caso de estudio para todos los sistemas legales del mundo. Bajo el liderazgo de jueces y fiscales jóvenes, con apoyo tecnológico y colaboración entre muchos países, incluyendo a EEUU y Suiza, lograron detener una red de corrupción que involucra a líderes empresariales y políticos del más alto nivel. Parece que los brasileños prefirieron varios años de crisis política y económica sin precedentes, con tal de mantener la esperanza de un futuro sin tanta corruptela.
Siento que el mundo está como en un parto, lo anterior ya no es, pero lo nuevo todavía no nace. Necesitamos liderazgo joven, que sepa cómo utilizar la tecnología para resolver problemas, encontrando nuevas formas para coordinar a los países, y así desarrollar herramientas que tengan más capacidad para afrontar los retos actuales.
Articulo original de CRhoy