M ucho se habla sobre los decretos firmados por el presidente Chaves el día del traspaso de poderes. Sobre todo, de los decretos que eliminan la obligatoriedad del uso de la mascarilla y de la vacunación contra la covid-19 y de los errores cometidos en el proceso.
Todo este va y viene de los decretos, que si se elimina la obligatoriedad o no, que si se nombró a una ministra de la Mujer que no era, o que escribieron mal el apellido del presidente —con z y no con s— ciertamente agregan mucho ruido.
Además, de los decretos anunciados el 8 de mayo, solo se han publicado tres: el de la vacunación y la mascarilla, y la declaratoria de emergencia por la ciberseguridad. Los otros no fueron otra cosa que ideas anunciadas, que tienen que ser pulidas y discutidas.
El presidente se está dando cuenta de que no es tan fácil gobernar por decreto. Todo lleva un proceso. Los errores podrían ser reflejo de la falta de experiencia política del presidente y su gabinete. Pero también podrían deberse al estilo del mandatario, al que no le gusta andarse tanto por las ramas, sino que prefiere tomar la ruta más directa. Más “a la brava” que “a la tica”, y eso podría llevarlo a cometer errores, que luego debe ver cómo resuelve.
El problema es que todo el ruido que generan las equivocaciones desvía la atención de lo que realmente importa: la discusión del contenido en los decretos. Ahí, hay propuestas de cambios sustanciales, que no deberían pasar inadvertidas. La transformación del MOPT y del ICE, el cambio de modelo para la fijación del precio del arroz, el aumento de la competencia en los sectores de agroquímicos y medicinas.
Son todos cambios que ayudan a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Son todas promesas de campaña, sobre las cuales los votantes esperan resultados a corto plazo.
Los procesos de transformación siempre tendrán opositores, que tratarán de aprovechar cualquier debilidad del gobierno. Si los errores son producto de la falta de experiencia del gabinete, uno esperaría que se corrijan con el tiempo, conforme la vayan adquiriendo. Pero si los descuidos y la falta de paciencia continúan generando mucho ruido, la viabilidad de lo que proponga el gobierno podría estar en peligro, y corre el riesgo de que pierda credibilidad muy rápido.
Es pronto para dictar sentencia, pero la paciencia del “pueblo” suele ser corta.
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Publicación original en La Nación (13/05/2022)