C osta Rica se encuentra en una encrucijada; está cerca del abismo; camina sobre el filo de una navaja; un mal paso y podríamos caer en un precipicio que nos llevará a una crisis sin precedentes, donde muy pocos serán los beneficiados. Llámele como guste; póngale el adjetivo que más se ajuste a la percepción de la situación. Al fin llegó el lobo y nos podría devorar en un abrir y cerrar de ojos. El tiempo y las opciones disponibles se acabaron; son nuestro peor enemigo. El lobo es precisamente el leviatán que creció sin control, como repúblicas independientes y se convirtió en un fin en sí mismo y para sí mismo.
El irresponsable manejo de las finanzas públicas de las últimas cuatro administraciones se convirtió en el principal problema nacional. Se fueron acumulando los desequilibrios, las ineficiencias, los abusos y posponiendo las soluciones. No surgieron los estadistas para liderar las transformaciones requeridas para enderezar el barco y mejorar la calidad de vida de las grandes mayorías. Desde hace muchos años se documentó por doquier los perniciosos efectos negativos de los elevados déficits fiscales y la imperiosa necesidad de resolverlo a la brevedad. Muchas veces se anunció la llegada del lobo, pero siempre se encontró algún atajo para continuar con los desmedidos privilegios.
La anunciada crisis se logró posponer y se perdió el miedo. Primero fue el límite máximo de la razón de deuda/PIB del 40%; luego el 50%; después el 60%. El próximo año llegaremos al 80%. Se creyó que los continuos desequilibrios fiscales no tenían costos para la sociedad y que tarde o temprano se resolverían por arte de magia, por obra y gracia. No señor@s; los desbalances presupuestarios de la última década, superiores al 5% del PIB en promedio anual, se enfrentó a base de endeudamiento; simplemente se patró el tarro. La deuda/PIB del gobierno se triplicará el próximo año en relación con la que prevaleció en el 2008. Ese contingente de recursos no se dedicó a atender a los más pobres, ni a invertir en infraestructura. Sólo a engrandecer y fortalecer el leviatán; a mayores salarios y pensiones a un pequeño grupo.
En general los elevados déficits fiscales terminan siendo muy negativos para las sociedades; tarde o temprano habrá que pagarlos con mayores impuestos. Por eso se han desarrollado diversas teorías que cuestionan los beneficios de mediano plazo de las políticas fiscales expansivas, incluyendo la equivalencia ricardiana. Y esto es cierto aun en el caso de que hayan sido técnicamente adoptadas. En nuestro caso son aún más desfavorables pues son el resultado de los altos salarios y pensiones de un pequeño grupo; cuyos niveles de ingreso sobrepasan los de habitantes de los países más ricos del mundo. Eso es lo que lamentablemente ha sucedido en Costa Rica, otrora solidaria y con una de las mejores distribuciones del ingreso.
Pero los efectos directos negativos de los altos desequilibrios fiscales y el incremento de la deuda se quedan cortos, al incluir los impactos indirectos que podrían evidenciarse en un modelo de equilibrio general. Efectivamente para financiar los faltantes presupuestarios para atender los elevados salarios y pensiones, se ha tenido que recurrir al endeudamiento, en primera instancia en el mercado interno; pero luego ante la relativa pequeñez por la voracidad fiscal, al financiamiento externo. En el primer caso ha implicado reducir la disponibilidad de recursos financieros para el sector privado y elevar las tasas de interés. En el segundo, ha incrementado los riesgos cambiarios y apreciado el tipo de cambio.
Esta situación ha restado competitividad al sector privado y aumentado los riesgos de hacer negocios. Las calificaciones de riesgo fueron degradadas desde el soñado grado de inversión que algún día disfrutamos y que, quizás nunca verá nuestra generación, hasta el actual grado especulativo. En el mejor de los casos se alcanzará una razón de deuda/PIB del 50% en el 2034, dentro de década y media. La deuda/PIB y la carga de intereses más que se han duplicado en la última década, no para mejor la calidad de vida de las mayorías y la competitividad; ha sido para atender privilegios de una casta burocrática egoísta, improductiva e ineficiente. No han sido suficientes los cuantiosos ahorros de los fondos de pensiones de todos los costarricenses, ahora también en riesgo de perder valor; ha habido hasta que recurrir a la emisión monetaria y a recursos de instituciones nacionales y multilaterales.
La receta de mayor sector público no ha funcionado, nos ha empobrecido como sociedad; excepto a unos pocos. No funcionó ni en las mejores condiciones de la economía mundial de la última década, donde Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, experimentó la más duradera expansión histórica y se disfrutó de abundante liquidez, bajísimas tasas de interés y precios del petróleo. Aun así, el crecimiento se fue reduciendo, el desempleo aumentando, la informalidad y la pobreza elevando. El sector privado fue desplazado por el sector público; su tamaño relativo es inferior al de una década; ¿cómo se pueden generar así las fuentes de empleo que demanda la población? La pandemia terminó de darnos el golpe de gracia. No debemos desaprovechar esta crisis para tomar las mejores decisiones; ahora o nunca.
El país no está para medidas temporales, ni de gastos y menos de impuestos. Llegó el momento de adoptar las políticas estructurales pospuestas por años, para así reiniciar una etapa de mayor crecimiento y equidad en las próximas décadas. No hay duda; hay que actuar y hay que suscribir un convenio con el FMI. No hay otra mejor opción; es la que permitiría el ajuste menor doloroso y más creíble, fundamental para las decisiones de ahorro, consumo e inversión y el desempeño de la economía. Como se ha demostrado, la causa de la crisis fiscal reside en los elevados salarios, pensiones y la carga de intereses. Aquí precisamente debe concentrarse la solución. Lo que le pasa al país, es que la solución está en manos DEL PROBLEMA.
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Articulo original de crhoy.com