E n materiales educativos utilizados por el MEP para la formación de los jóvenes, se afirma que la apertura comercial inaugurada en los años ochenta ha sido perjudicial. No es cierto.
Afortunadamente, contamos con la teoría económica y los resultados de investigaciones empíricas, rigurosas y robustas, que nos ayudan a comprender lo que realmente ha pasado y plantearnos cómo enfrentar los retos de forma apropiada.
Durante la crisis de principios de los ochenta, cuyo peor año fue 1982, el déficit fiscal alcanzó el 11%, el colón se devaluó un 600%, la tasa de inflación llegó al 60%, la producción se redujo un 7%, la tasa de pobreza era de más del 55% y el desempleo era del 9,4%.
La crisis promovió el cambio de modelo de desarrollo. Uno de estos consistió en abandonar la idea de intentar producir en Costa Rica todo lo que consumíamos, para concentrarnos en aquello en lo que éramos más eficientes y, con el producto de esas exportaciones, adquirir los bienes que otros países producen a mejor precio. En vez de intentar producir aquí bolígrafos, importarlos con el producto de la exportación de flores.
Gracias al cambio de modelo, el país logró estabilizar la economía y comenzar a incrementar de manera significativa las exportaciones, en especial, las no tradicionales. Pasamos de exportar $1.279 millones en 1980 a $10.910 millones en el 2007 y $19.826 millones en el 2017.
Con ello, vino un mayor crecimiento económico: de un PIB por habitante en términos reales y paridad del poder de compra de $10.305 en 1980 pasamos a $15.772 en el 2007 y $19.712 en el 2017.
Todo lo anterior ayudó a reducir de manera significativa la pobreza. De hecho, según un estudio de Andrés Fernández y Ronulfo Jiménez, la pobreza total disminuyó del 36,7% en 1987 al 18,9% en el 2017. La pobreza extrema, de un 11,9% a un 5%.
La evidencia empírica sobre Costa Rica, documentada en diversos estudios, expone que el crecimiento económico está estrechamente relacionado con el incremento de las exportaciones.
Más aún, en un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), los autores afirman que la apertura comercial en América Latina (incluida Costa Rica) “contribuyó a acelerar el crecimiento y produjo un aumento del ingreso per cápita promedio de hasta un 16% en 20 años, resultado rara vez visto en otras políticas públicas”.
Otras investigaciones han logrado demostrar que el comercio incide directamente sobre la pobreza de dos formas diferentes. La primera, porque la actividad exportadora da empleo a mano de obra no calificada que estaba disponible, lo cual se traduce en empleo y salarios reales, y en menos pobreza. La segunda, porque fomenta otras actividades relacionadas, entre estas, la formación de mano de obra calificada y servicios de construcción, transporte y mantenimiento.
Hasta ahora, la apertura comercial ha sido exitosa. Queda pendiente la tarea de aumentar la productividad, en la cual Costa Rica deja mucho que desear, según un estudio reciente del BID.
Como lo señaló Arthur Lewis, premio nobel de economía, esa es la tarea para mantener un crecimiento alto y sostenido, y crear nuevas fuentes de empleo cuando un país agota el bono de mano de obra barata.
La desigualdad en la distribución del ingreso ha subido durante el período de apertura comercial, de un 46,7 (coeficiente de Gini) en 1989 a un pico de 51,8 en el 2002 y un 48,3 en el 2017.
Diversos estudios señalan que no es la apertura comercial per se la que ha producido la desigualdad, sino las imperfecciones de los mercados laborales. La OCDE, por ejemplo, advierte de que la existencia de excesos salariales en el sector público, producto de convenciones colectivas, es una de las principales causas de la desigualdad en el país. Igualmente, la inexistencia de una apropiada política de educación pública como mecanismo de movilidad social.
Nos hemos preocupado más por cuánto gastamos en educación y no por los resultados en términos de cobertura y calidad. En primaria y secundaria está clara la diferencia cada vez mayor entre la calidad de la educación pública y la privada, así como en materia de educación técnica y profesional es indudable la divergencia entre lo que demanda el mercado y lo que gradúan los colegios técnicos y universidades públicas.
Entender las causas de nuestros problemas es fundamental para plantear las soluciones correctas. Enseñar sin fundamento conceptos erróneos a los jóvenes en las aulas, como hace el MEP, sobre los impactos de la apertura comercial y las causas de nuestros males, solo dañará la capacidad nacional para adoptar las políticas correctas.
Debemos actuar a la altura de nuestro nivel de desarrollo y en función del bienestar de las actuales y futuras generaciones. No se vale usar al MEP para adoctrinar con falsedades y dogmas ideológicos a los niños sobre uno de los períodos más exitosos de nuestra historia.
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Publicación original en La Nación (28/01/2022)