L a avalancha informativa y discursiva sobre los recientes hackeos, o intervenciones delictivas, contra distintas plataformas digitales del Estado apunta, por ahora, a tres conclusiones: 1) La previsión y prevención ante esos ataques ha sido mínima, producto de descuidos, descoordinación, burocracia y el sesgo “a mí no me pasará”. Pero pasó. 2) El daño material se ha concentrado en el flujo de exportaciones e importaciones, nada desdeñable, pero sí acotado. 3) Aún está por verse cuál será el impacto del robo de información privada en manos estatales, pero podría perjudicar a muchos, al vulnerar justificados ámbitos de confidencialidad.
Sin desdeñar la gravedad de lo anterior, su impacto puede contenerse o revertirse, y quizá genere consecuencias positivas: una más vigorosa, sistemática y responsable estrategia estatal preventiva y reactiva (¿optimista yo?).
El mayor daño, sin embargo, no se ha planteado explícitamente, pero presumo que ya se instaló en las neuronas de muchos, apunta en otra dirección: la erosión, ojalá leve y fugaz, de una variable clave, aunque no escrita, para el funcionamiento de toda sociedad: la confianza.
En el caso actual, se refiere a la integridad de plataformas y procesos digitales, cuya importancia intrínseca es determinante para la vida cotidiana: desde las transacciones financieras hasta el manejo de redes eléctricas, registros de propiedad, procesos de salud o declaraciones de renta. Pero si a nuestras posibles dudas sobre ellos sumamos la desconfianza creciente en varias instituciones, dirigentes, figuras de autoridad, organizaciones políticas y hasta la evidencia científica, las consecuencias acumulativas serán mucho peores para el país en su conjunto (¿pesimista yo?).
En una reciente edición de la revista Foreign Affairs, Sue Gordon y Eric Rosenbach, de Harvard, recomendaron que Estados Unidos dé particular atención a los ciberataques que amenazan la confianza o certidumbre social (trust, en inglés), sustento clave de la democracia y lubricante de la economía. Ahora, más que entonces, les doy la razón, allá y aquí. El gran problema, añado, es que todo hackeo alimenta esa amenaza. Motivo de más para tomarnos la crisis actual muy en serio y, más allá de conjurar sus daños, prepararnos para evitar o manejar otros peores.
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Las opiniones expresadas en esta publicación son del autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de la Academia de Centroamérica, su Junta Directiva, ni sus asociados.
Publicación original en La Nación (21/04/2022)Complete the following form and join Central America Academy for information and regular updates.
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