C osta Rica nunca ha sido tan rico como lo es hoy en día. Sin embargo, en esta época la gente experimenta una sensación de inseguridad económica. Hoy es el tema del déficit fiscal, pero mañana será el desempleo, las oportunidades para los más jóvenes, las clases marginadas, el cambio tecnológico y la pérdida de puestos de trabajo, etc. ¿Por qué si somos más ricos sentimos más inseguridad e insatisfacción con el sistema democrático?
Existen muchos estudios en todas las regiones del mundo que muestran un apoyo cada vez más débil hacia el sistema democrático, y el surgimiento de líderes autocráticos que proponen “cambiarlo todo”. Una de las explicaciones que comúnmente se dan para justificar este sentimiento de inseguridad, así como el apoyo debilitado hacia el sistema democrático, radica en el aumento de la desigualdad. Sin embargo, este término tiene muchas aristas.
La medida de desigualdad más comúnmente usada es el coeficiente de Gini basado en el ingreso. Una distribución del ingreso perfectamente equitativa equivale a 0 (cada persona gana lo mismo), mientras que una distribución muy desigual se acercará a 1.0.
Pero también existe la desigualdad de riqueza en lugar de ingreso, desigualdad en educación y preparación para aprovechar las nuevas tecnologías, desigualdad en cuanto al acceso a servicios de salud, y desigualdad de oportunidades en general.
Pero más importante que la desigualdad de ingresos, es la percepción de desigualdad, que se basa en lo que sentimos las personas cuando observamos una situación y concluimos que existe inequidad. Por ejemplo, la Costa Rica de nuestros abuelos no era tan equitativa como a veces nos hacen imaginar. Sin embargo, hace 100 años era de mal gusto ostentar la riqueza, entonces el hacendado se cuidaba de no hacer tan evidente su nivel de riqueza y así el campesino se sentía bien. Los hijos de ambos iban a la misma escuela, y tanto al dueño de la finca como al peón se le llamaba “Don…” En contraste, hoy en día, quien aspira a tener una riqueza que aún no posee, busca ostentar para “demostrar a los demás”. El crédito es su aliado, Facebook lo motiva. Por esto vemos tantos carros lujosos último modelo en nuestras pésimas carreteras, residenciales con casas que antes sólo veíamos en las películas, y viajes espectaculares en lugares paradisíacos entre los contactos de Facebook. Pienso que la percepción de desigualdad ha aumentado mucho más que lo que ha aumentado la desigualdad en nuestro país, pero esto quedará para otro artículo en que compare el coeficiente Gini de Costa Rica en el tiempo. Por ahora basta con la idea de que la percepción es lo que importa.
En CR se usa el nombre “Estado Social de Derecho”, lo cual es un concepto cuya definición queda a gusto del que escucha la frase. En inglés se usa el término “welfare state”, o Estado Benefactor, para referirse a aquellas herramientas que la sociedad ha diseñado para apoyar a ciertos grupos de la población, e incluye los servicios de salud subsidiados o gratuitos, los seguros de maternidad, discapacidad y de riesgos profesionales, los sistemas de pensiones, los subsidios para la población más pobre, las becas y las ayudas condicionadas, entre otras.
El Estado Benefactor se expandió después de la Segunda Guerra Mundial, pero numerosos estudios muestran que su apoyo ha disminuido en las últimas décadas. ¿Por qué la gente está dejando de creer en este modelo que parecía tan exitoso?.
Hay al menos tres razones:
1. Porque los gobiernos ya no lo pueden financiar;
2. por los desincentivos al trabajo que pueden crear algunos subsidios, especialmente a gente que no los necesita (como las pensiones de lujo o la educación universitaria subsidiada a las clases altas);
3. por la corrupción en el manejo de las ayudas y la dificultad técnica en entregar ayudas efectivas (por ejemplo los préstamos “blandos” que ofreció Infocoop a cooperativas de familiares de directivos).
Por su parte, las dificultades para financiar al Estado Benefactor se ven agravadas por tres fenómenos:
Por cambios demográficos: con el aumento en la expectativa de vida, las poblaciones se envejecen y el contrato implícito intergeneracional se desbalancea, cada vez hay menos jóvenes trabajando para más ancianos, lo cual crea inequidad intergeneracional. Ya hay países tomando medidas al respecto. En Dinamarca y Finlandia, por ejemplo, han ligado la edad de retiro de los empleados públicos a la expectativa de vida. En Alemania, Japón, Portugal, Suecia, los niveles de las pensiones se ajustan en el tiempo según la proporción de trabajadores vrs. población no trabajadora.
Migraciones. Los países no están preparados para atender adecuadamente la dinámica de las migraciones masivas modernas. Claramente Costa Rica no se ha preparado para recibir a los cientos de miles de nuevos migrantes nicaragüenses que vendrán en los próximos meses si Ortega no sale del poder.
Nuevas tecnologías, que promueven el crecimiento de puestos de trabajo independientes, donde no existe una clara relación laboral. Este es el caso de los choferes de Uber, o de los programadores independientes o “free-lance”. Y el problema puede empeorar con la automatización que amenaza tantos puestos de trabajo.
Cuando la percepción de desigualdad e inequidad aumenta, hay menor apoyo hacia el Estado Benefactor y un mayor deseo de romper con el sistema. Esto puede ocasionar el surgimiento de caudillos y hombres fuertes que prometen arreglar las cosas con mano dura, y que de ser electos, tienen incentivos para convertirse en autócratas, como ocurrió en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Pero también algo de esto lo vemos en EEUU, China, Turquía, y Rusia.
Pero podemos ser optimistas. Cuando se necesita cambiar, la mayoría de las veces sin una buena crisis no hay condiciones para realizar el cambio. Costa Rica está en crisis y se pondrá peor antes de arreglarse, y eso es bueno, porque es el único caldo de cultivo en el que podrá florecer un nuevo contrato social. Nos toca a todos, pero principalmente a los líderes políticos que hemos elegido, aprovechar esta circunstancia para promover una sociedad más equitativa, sin tanto chorizo y privilegio, sin pensiones de lujo, impulsada por un capitalismo basado en la libre competencia, el emprendedurismo y las destrezas, y no en compadrazgos como los del Cementazo, ni en leyes como la del arroz o el azúcar que favorecen a grupitos de industriales. El país pide a gritos un contrato social enfocado en proveer igualdad de oportunidades para todos.
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