N o son el ambiente y el desarrollo sostenible. No es la reforma del Estado; tampoco la educación, la salud, la transparencia, la reducción de desigualdades, la productividad, la seguridad integral, la eficiencia administrativa o una mejor infraestructura. En la gestión puntual de todos estos ámbitos, el gobierno se ha caracterizado por un rumbo errático y una mezcla de dispersión, desconocimiento, improvisación e impericia. Y si pensamos en el fortalecimiento de la democracia y sus instituciones, el balance empeora: son frecuentes blancos de omisión, desdén o ataques.
¿No existe, entonces, ningún móvil integrador, variable central, principio rector o idea fuerza que dé cierto sentido de unidad a las políticas públicas de la actual administración?
A quienes respondan que la adulación, la destemplanza o la manipulación mediática, les digo que están equivocados. Son abundantes, peligrosos y envolventes, pero no se refieren a la gestión sustantiva del gobierno ni a los intereses colectivos del país. Al contrario, los evaden y vulneran.
Hecha esta distinción, solo puedo pensar en la fiscalidad como móvil central. En abstracto, lo bueno es que ayuda a priorizar el uso de recursos y orientar la acción gubernamental, ojalá por un camino reformista. El problema es que esta dimensión resulta hoy muy escasa. No existe un impulso estratégico en el manejo presupuestario, que permita vincularlo a una visión de país, que explique las asignaciones de recursos y, a la vez, trascienda un estrecho marco contable.
Más bien, la fiscalidad se ha concentrado en lo aleatorio y, a menudo, arbitrario: una excusa casuística para recortar inversiones, eliminar programas, eludir responsabilidades y —con o sin proponérselo— deteriorar funciones estatales clave; incluso, una excusa para perseguir presuntos adversarios (recordemos el inexistente “megacaso”).
Sí, funciona como lo más cercano a un principio rector de política pública, pero distorsionado en su concepción, disperso en su aplicación y distorsionante en sus resultados. En síntesis: una herramienta para decir lo que no se puede hacer, en lugar de orientar y explicar, junto con factores más integrales, lo que se quiere lograr y la vía para alcanzarlo. Es la fiscalidad como mataesperanzas; algo que ni al país ni al gobierno les conviene.
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Publicación original en La Nación (22/06/2023)