S i algún concepto, impulso o variable ha caracterizado el año que hoy termina y marcará el que mañana comienza, es la incertidumbre. La covid-19 se lleva el trofeo, con sus retos inesperados en salud, economía, sociedad, acción pública y condición humana, y un impacto universal-nacional pocas veces visto; por ello, más aleccionador.
Pero podemos añadir, como otras fuerzas con similar condición, el deterioro ambiental (clima y biodiversidad), los flujos migratorios incesantes, la aceleración tecnoinformática (computación cuántica, inteligencia artificial, robótica, metaverso) y su intersección con la genética, la descontrolada competencia por monetizar el espacio extraterrestre y, algo más terrenal, pero igualmente incierto, las renacidas tensiones geopolíticas, sobre todo, en Europa oriental y la región indopacífica.
Ni aquí ni en ninguna parte escapamos de su impacto multidimensional, aunque las diferencias en cómo dirigirlo (para muy pocos) o asumirlo y administrarlo (para la mayoría) varían dramáticamente.
En Costa Rica, la incertidumbre más próxima con que despedimos el 2021 y recibimos el 2022 se llama proceso electoral. Con alrededor del 40% de votantes indecisos, las identidades políticas en flujo, 25 candidaturas presidenciales y ninguna que, a estas alturas, alcance el 20% de apoyo, nada puede asegurarse, salvo que habrá segunda vuelta.
Pero tan importante como quién llegue al Ejecutivo, es con quienes lo hará, es decir, su equipo, o, en la mayoría de los casos, la falta de este. El otro factor clave será la composición legislativa: una ruleta aún más amplia en resultados posibles.
En medio de esta dispersión —que a veces parece desmembramiento— y de nuestra irregular capacidad política y social para abordar los retos y potenciar las ventajas más relevantes y urgentes, la incertidumbre de fondo trasciende los resultados del 6 de febrero y el 3 de abril. Se refiere, en esencia, a qué rutas seguir (lo fácil) y cómo hacerlo, lo realmente difícil, porque implica inevitables acuerdos de amplio espectro.
Y aunque lo local nos consuma, en la búsqueda de mayor bienestar nacional, no debemos olvidar las tendencias y componentes universales, no como escapismo de lo urgente, sino como marco para asumirlo con mayor certeza.
Lo mejor para el próximo año.
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Publicación original en La Nación (30/12/2021)