N o voy a caer en el simplismo, tan frecuente entre quienes aspiran a la presidencia, de suponer que basta con el deseo, la voluntad o la promesa para impulsar con éxito una agenda de política pública. Se necesitan, cuando menos, tres ingredientes adicionales: capacidad y decisión política, propia y ajena, para que las decisiones se tomen; respaldo técnico-profesional, para que las cosas funcionen, y financiamiento, sea estatal o público-privado, para desarrollar y sostener los proyectos.
Por lo anterior, impulsar cualquier agenda transformadora, o de real impacto, es sumamente difícil, sobre todo, si no encarrilamos la solución de las finanzas públicas. Esto quiere decir, hoy, aprobar la agenda concertada con el Fondo Monetario Internacional. De lo contrario, el próximo gobierno entrará en el mismo modo de crisis actual. ¿Lo tienen claro, señoras y señores candidatos?
Si se alinearan esos astros, la agenda a la que aspiro la resumo en diez puntos: 1) una reforma profunda del sistema educativo; 2) readecuar el financiamiento de la seguridad social, para darle sostenibilidad ante los retos demográficos y laborales; 3) relacionado con esto, aligerar cargas al trabajo para facilitar el empleo formal; 4) alinear, o unificar, los sistemas de pensiones; 5) entrarle en serio a la transición energética y ambiental, lo cual pasa por transformar el modelo de movilidad; 6) modernizar la infraestructura física y digital; 7) fomentar la competencia interna, para reducir el costo de vida y mejorar la productividad; 8) replantear las políticas productivas, sobre todo en agricultura, como vía para superar la dualidad económica y reducir las diferencias regionales; 9) agilizar los trámites sin debilitar los controles necesarios y funcionales; y 10) reformar nuestro esquema de representación política, especialmente legislativa y municipal.
Todo lo anterior, por supuesto, pasa por revisar las prioridades del Estado, lo cual implica un manejo fiscal más estratégico, una economía más dinámica y una arquitectura institucional más robusta, que no es sinónimo de grande. Lograrlo será en extremo difícil; basta con ver las pequeñas piñatas sectoriales que a menudo nos regala la Asamblea para poner en duda la clave: voluntad política. Pero se volverá imposible si no salimos ya del modo crisis.
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Publicación original en La Nación (28/10/2021)