D espués del Censo de Población de 1950 los censos deberían haberse realizado cada 10 años, pero solo el del año 2000 tuvimos el empeño en que se realizara a tiempo. El de 1960 se hizo en el 63, el de 1970 en 1973, el del ochenta en 1984, el del noventa no se hizo, el del 2010 en 2011.
El investigador del Centro Centroamericano de Población (CCP) de la UCR don Gilbert Brenes nos alerta sobre los resultados que podemos esperar del censo de 2020 que finalmente se realizará este año. Su conclusión es que seremos 141.000 personas menos a las que se estimaba íbamos a ser. La razón es clara, la fertilidad que ya se proyectaba disminuyendo ha disminuido aún más, y en el período posterior al censo de 2011 se han dado 57.500 nacimientos menos a los que se esperaban. También ya desde antes de la covid-19 las defunciones habían venido aumentando ligeramente por el envejecimiento de la población, pero con la pandemia se aceleró su crecimiento y son 11.000 más a las esperadas. Incluso la migración. La hipótesis de trabajo de don Gilbert es que, aunque posiblemente la emigración esperada ha disminuido desde 2011, la inmigración lo ha hecho en mayor medida eliminando el flujo de ingreso positivo de habitantes que estaba previsto. El cambio en migraciones que estima el CCP completa la diferencia esperada en los números del censo de este año.
De esas variaciones respecto a lo esperado la que más me llama la atención es la disminución de los nacimientos.
Como ocurre en la generalidad de las naciones en las últimas décadas ha venido disminuyendo la proporción de nacimientos respecto al tamaño de la población. En Costa Rica esta tendencia se aceleró desde los años sesenta del siglo pasado, y fue parcialmente compensada por la disminución del número de defunciones respecto al tamaño de la población. Ya desde el año 2004 se llegó al punto en que la Tasa Global de Fecundidad (que indica el número de nacimientos por mujer según la fecundidad anual en cada año reproductivo) fue menor a 2,1. Desde ese año el número de nacimientos con relación a la población ha estado por debajo de la tasa de reposición, lo que determina que en el futuro disminuirá la población, salvo aumento en la expectativa de vida o de flujos netos de ingreso migratorio.
A partir de 2008 el número de nacimientos viene disminuyendo cada año. En 2020 se aceleró de manera sorpresiva esa caída. Así en ese año la Tasa Global de Fecundidad solo fue de 1,41% y ya en 2022 bajó a 1,31 %. Con la tasa de 2020 nos colocamos entre los países con menor crecimiento de la población en el mundo en ese año, según las cifras del Banco Mundial.
Esto nos permite algunas ventajas inmediatas como por ejemplo enfrentar la necesidad de educar una cantidad menor de estudiantes lo que facilita mejorar la calidad en primaria y aumentar con mayor facilidad la cobertura en educación secundaria y terciaria. A la vez nos causa mayores dificultades para financiar los sistemas de pensiones a menos que se incremente la participación de las mujeres en el mercado laboral.
Tradicionalmente el análisis económico de la fecundidad venía explicando dos hechos: 1.- La relación negativa entre fertilidad e ingreso al interior de los países y entre países y 2.- la relación negativa entre la tasa de participación laboral y la fertilidad de la mujer.
Estas relaciones fueron estudiadas a partir del seminal trabajo de Gary Becker de 1960 y la explicación se basó en la escogencia de la mujer entre calidad y cantidad de hijos, pues en su crianza no solo se gasta si no que también se invierte; y en el costo de oportunidad que enfrenta. Si la familia escoge -por ejemplo- educar más a sus hijos, ante un aumento de ingresos puede preferir tener menos descendientes. En cuanto a costo de oportunidad, este será mayor en cuanto más elevado sea el ingreso que deja de recibir la familia por la maternidad.
En nuestro país la rapidísima caída en la fertilidad se da al tiempo que aún mantenemos una baja tasa de participación femenina en la fuerza laboral. Además, esa tasa de participación a mermado su crecimiento. En 2003 era de 38,5% y para 2013 había ascendido a 50,8%, pero después disminuyó y apenas recuperó ese valor de diciembre de 2013 en diciembre de 2019 antes de la pandemia, cuando apenas teníamos un 50,8% de las mujeres entre 15 y 64 años incorporadas a la fuerza laboral pagada (cifras del INEC). La tasa de participación de las mujeres en Costa Rica es similar a la de América Latina y el Caribe a pesar de tener nosotros un ingreso por habitante significativamente mayor. Igual resultado se da si nos comparamos con países de ingresos medios altos. Con relación a OCDE nuestra tasa de participación laboral femenina es muy inferior.
Como resultado, en Costa Rica ha disminuido la fertilidad con mayor rapidez que el aumento en la participación laboral femenina, lo que afecta negativamente el tamaño de la fuerza laboral.
Una de las tareas más urgentes para paliar la pérdida de ingreso de las familias causada por la pandemia, las dificultades fiscales y la invasión a Ucrania es generar empleo, y el empleo para las mujeres es un campo que amerita acción prioritaria. La baja tasa de participación laboral femenina ofrece una oportunidad para aumentar la oferta de trabajadores, y ese aumento se facilita por tener menos hijos las familias.
Pero, es más. Desde las últimas décadas del siglo XX en las economías desarrolladas se han reversado las relaciones entre fertilidad e ingreso y entre fertilidad y participación femenina laboral.
Ahora ambas variables se mueven en la misma dirección, y la teoría ha explicado la compatibilidad que se ha venido dando entre la fertilidad y el acceso de las mujeres al mundo laboral y entre crecimiento del ingreso y aumento de la fertilidad. Esto facilita pensar en que se pueda promover simultáneamente una mayor participación laboral femenina, aumento del ingreso familiar y aumento de la fertilidad para evitar una continuada caída abrupta de la población con sus negativos efectos para la complementariedad necesaria en diferentes trabajos y para financiar la seguridad social.
Las principales razones que explican ese cambio en las economías desarrolladas son: 1- el cuidado de la crianza de los hijos, sea por medio de pago de los padres o por acciones del estado que abaratan tener más hijos y facilitan mantener la relación laboral como son nuestros hogares comunitarios, los CEN-CINAI y la red de cuido; 2.- la contribución de los padres al trabajo tradicionalmente de la madre en la crianza, que facilita a la mujer trabajar al tiempo de tener más hijos; 3- el apoyo social para el trabajo de las mujeres, como por ejemplo normas que establecen licencia pagada de trabajo por maternidad, por paternidad o en ambos casos; y 4.- flexibilidad de los mercados laborales que en condiciones normales de empleo facilita a las madres entrar y salir de la relación laboral.
Esta explicación nos señala las políticas que debemos seguir para incrementar la participación laboral femenina, el empleo y el ingreso de las familias.
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Publicación original en CRHoy.com (22/04/2022)