¿ Prometimos más de lo que podíamos o nos hemos enredado en nuestros propios mecates para cumplir con los compromisos climáticos suscritos en París en el 2015? Esta es la pregunta que debemos hacernos para explicar por qué estamos tan lejos de reducir las emisiones de carbono a 9.110 millones de toneladas anuales en el 2030, la meta suscrita entonces. Porque ya en el 2017 (últimos datos disponibles), íbamos por 14.477 toneladas, y todo indica que seguimos empeorando.
Para el ministro de Ambiente y Energía, Franz Tattenbach, según dijo a La Nación, el compromiso era inalcanzable, porque carecíamos de un “marco de acción” para lograrlo. Roberto Dobles, quien ocupó el cargo años atrás, menciona que los planes fueron “de escritorio”, y carecieron de “todos los estudios técnicos, económicos, financieros, sociales y políticos necesarios”.
Ambos tienen parte de razón, pero omitieron lo que está en la base del problema: la falta de una estrategia climática integral, que conecte todos los “puntos” para llegar a la meta, y de compromisos y acciones concretas para impulsarla. Más bien, estamos en reversa.
El incipiente plan para descarbonizar el transporte, principal fuente de las emisiones, ha sido triturado, por mezquindad política y presiones sectoriales. Al proyecto del tren eléctrico metropolitano, ya maduro, lo suplantó una idea más cara y vaga. El tren eléctrico limonense de carga parece ir por el mismo camino, si nos atenemos al desmembramiento de las operaciones del Incofer en Limón. En la Asamblea Legislativa avanza la extensión del tiempo máximo para la operación de autobuses de 15 a 20 años. La sectorización de rutas se ha pospuesto ocho meses más y los resultados del plan piloto para su electrificación son un misterio. Tampoco se ve una estrategia para impulsar la producción de hidrógeno, ni, al menos hasta ahora, un plan claro para abrir el mercado eléctrico, aunque el ministro Tattenbach sí parece tenerlo en cartera.
En resumen, lo que pudo haber sido una ruta estratégica o, por lo menos, acciones progresivas coherentes está al borde del colapso. Así, por supuesto, no podremos cumplir con nuestros compromisos. El daño mayor será para la calidad de vida, pero no debemos descartar el prestigio y responsabilidades globales, esenciales para nuestra diplomacia.
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Publicación original en La Nación (29/09/2022)