D espués de la gran crisis de principios de los ochenta, de ingrata memoria, Costa Rica no ha experimentado ninguna otra de consideración, como muchas naciones. Han sido casi cuatro décadas de relativa estabilidad, aunque sin logros sustanciales en otras áreas relacionadas con la calidad de vida de la población. Una eventual crisis muy probablemente habría ocasionado resultados más lamentables. Sobreponerse, además, lleva muchos años de grandes sacrificios y consecuencias negativas. La anterior crisis requirió más de dos décadas para superarla.
A pesar de los desequilibrios fiscales y el incremento de la deuda, el país ha logrado sortear la sombra de la crisis. Ha estado muy cerca de caer nuevamente, pero la ha esquivado. En algunos casos se enfrentó con valentía y en otros, quizás la mayoría, simplemente se pospuso mediante diferentes mecanismos. En el plano interno, favoreció el gran aporte de los fondos de pensiones, los cuales brindaron abundante liquidez al gobierno, a más largo plazo y a menores tasas de interés. Externamente, la colocación de eurobonos, o más recientemente, los préstamos de organismos multilaterales, complementaron el financiamiento.
Dentro de los principales responsables para evitar una nueva crisis, destaca el papel desempeñado por el Banco Central de Costa Rica (BCCR). Durante buena parte de este último período, sobrellevó el peso del ajuste y se constituyó en una muralla. Mediante el cauteloso manejo de sus instrumentos, unido a la credibilidad y a la persuasión utilizada cuando fue necesaria, contribuyó a mantener la estabilidad financiera hasta en los momentos más complicados. Es muy probable que la experiencia anterior y las lecciones aprendidas, así como a las limitaciones establecidas en la ley, condicionaran su accionar.
Cabe recordar que el BCCR en su momento fue catalogado como uno de los principales gestores de aquella crisis de principios de los ochenta. Muchas de las decisiones de ese entonces, sin embargo, estuvieron supeditadas a lo establecido en el anacrónico marco legal imperante. Por ejemplo, la Ley Orgánica limitaba la flexibilidad de la política cambiaria y autorizaba el financiamiento al CNP y a CODESA. Posteriormente, algunas sentencias lo obligaron a vender divisas a menores precios que los del mercado. Aun cuando había condiciones externas adversas, la gran emisión inorgánica constituyó el combustible que aceleró el desequilibrio externo, la presión en el mercado cambiario y la posterior maxi devaluación de ese entonces.
Tal parece que esas lecciones se olvidaron y se perdió el temor a las negativas consecuencias de utilizar la maquinita de hacer dinero y del endeudamiento por parte del BCCR. Algo ya había ocurrido en el gobierno anterior, cuando el BCCR recurrió al FLAR por un préstamo de $1,000 millones, básicamente para sostener el tipo de cambio. Pero una nueva historia empezó a escribirse en los años más recientes. En setiembre del 2018 se autorizaron letras del Tesoro por alrededor de ₡500 mil millones, después de casi un cuarto de siglo de no hacerlo. Luego vendrían disminuciones en los encajes legales en mayo del 2019 que inyectaron más de ₡200 mil millones; siguió la autorización en abril del 2020 para comprar títulos fiscales en el mercado secundario por ₡250 mil millones. Posteriormente, entre setiembre del 2020 y enero del 2021, aparecería la abundante emisión para financiar a empresas en problemas por ₡840 mil millones.
Si ya esa descomunal emisión de dinero no era suficiente, durante el lapso de febrero del 2020 a mayo del 2022, los bonos de estabilización monetaria, el principal instrumento de control monetario, se redujeron en ₡750 mil millones, es decir, no se renovaron las inversiones al vencimiento, lo que implicó inyectar tal cantidad adicional al mercado. Con toda esa liquidez liberada, la emisión más que se duplicó, constituyéndose en una verdadera hemorragia monetaria sin precedentes en la historia de este país.
Popularmente se dice que la emisión monetaria implica mayor inflación. Eso es cierto, pero no necesariamente de manera inmediata, ni sólo en el índice de precios al consumidor (IPC). En una economía abierta, como la costarricense, ello puede tomar tiempo, depender de otras variables y reflejarse en distintas formas. Sin duda las restricciones establecidas en el mundo para enfrentar la pandemia retardaron esos impactos.
Durante un buen período el IPC no se aceleró y justificó a las autoridades continuar con la política expansiva y las bajísimas tasas de interés; hasta el presidente del BCCR la anunciaba con mucho orgullo. Una vez que se levantaron las restricciones sanitarias y se abrieron las fronteras, empezó a despertar y aumentar la demanda global de bienes, servicios, activos reales y financieros, incluyendo las inversiones en el extranjero. Las reservas monetarias descendían rápidamente.
Para sostener esa situación, el Ministro de Hacienda y el presidente del BCCR solo atinaban a solicitar autorización para contratar préstamos externos. Todos los programas macroeconómicos incluían metas de grandes cantidades de recursos foráneos, bajo el argumento de que eran más baratos; claro, no consideraban el riesgo de devaluación, como ha quedado demostrado. Nunca antes el país recibió tantos préstamos externos en tan poco tiempo. Incluso el BCCR obtuvo desembolsos de DEGs por parte del FMI por casi $500 millones.
La presión en el sector externo ha continuado en parte por las condiciones internacionales adversas y los mayores precios de las importaciones, pero especialmente por esa descontrolada expansión monetaria, la cual ha incrementado todo tipo de demanda. A pesar de haberse desembolsado al gobierno cerca de $1,000 millones en estos primeros meses y el BCCR capta en dólares en el mercado de liquidez, las reservas monetarias han continuado disminuyendo y se encuentran en los niveles más bajos en una década. Al 6 de junio se ubicaron en $6,313 millones, inferiores al 10% del PIB, con una composición preocupante.
La semana pasada el BCCR anunció algunas medidas para contener esta situación. Son duras, pero necesarias para rectificar parte de los excesos y errores anteriores, ya que permitirán recoger parcialmente la hemorragia de liquidez existente, aumentando los encajes legales y los BEM. En la próxima reunión del 15 de junio y probablemente en algunas siguientes, deberá aumentar aún más la tasa de política monetaria. Además, mencionó el BCCR la intención de endeudarse en dólares por la nada despreciable cifra de $2,000 millones ($1,000 millones internamente y $1,000 millones con el FLAR).
No ha bastado el gran endeudamiento externo por parte del gobierno; ahora hasta el BCCR recurrirá a esta mágica solución. El déficit y el endeudamiento del Gobierno es una calamidad, pero la emisión monetaria y el endeudamiento en dólares del BCCR constituye una tragedia nacional. Esos exagerados montos solo ayudarán a posponer la solución de los problemas, a mantener las políticas expansivas y poco responsables y a apreciar el tipo de cambio, pero a cambio de mayores pérdidas para la institución.
Si bien ayudará en el corto plazo, en el mediano plazo estará sembrando la semilla de una potencial crisis. Este tipo de acciones ya habían sido desterradas por los grandes perjuicios que ocasionan. Si no paramos y controlamos al BCCR, el panorama es muy oscuro y podría repetirse la triste historia que ya muchos de las nuevas generaciones ni siquiera vivió. Ojalá no sea demasiado tarde!
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Publicación original en CRHoy.com (10/06/2022)