E n América Latina y en Costa Rica, casi todos nos consideramos clase media. Un médico, un catedrático, un gerente bancario o un magistrado; que ganen más de 10 mil dólares mensuales (están entre el 5% más rico del país), pero ellos se consideran de “clase media”, aunque ganen mucho más que el promedio de la población. Por otro lado, un trabajador no calificado de la construcción, de una finca o de un taller, se asume de la clase media, porque se compara con los pobres que no tienen trabajo o que viven en un tugurio.
En el imaginario colectivo latinoamericano, las clases bajas son los pobres y por tanto, si no soy pobre, soy clase media. Aun en los casos de pertenecer al 5% más rico (estratos altos) prefieren denominarse de “clase media” (es lo políticamente correcto).
Según las encuestas, más del 75% de los costarricenses (y un poco menos los latinoamericanos), nos consideramos “clases medias”. Las calificaciones de estratos sociales más reconocidas (según ingresos, gastos, ocupaciones, por ejemplo), reducen esos porcentajes y, además, esos estratos medios se dividen entre medio-alto, medio-intermedio y medio-bajo.
Según la CEPAL (Comisión Económica para de la América Latina de la ONU), existen varios métodos para medir la estratificación social: 1) según los ingresos de las personas, 2) según los gastos de los hogares, 3) según las ocupaciones, 4) según percepciones individuales (por ejemplo, cómo nos percibimos), a los que podríamos agregar, por ejemplo, 5) según niveles educativos.
Según la misma fuente, por “ingresos”, entre el 2002 y el 2019 (antes de la Pandemia), los estratos medios en Costa Rica habían aumentado del 42% al 54%% (del 44% al 48% según ocupación). Los estratos bajos habían disminuido del 56% al 40% (del 50% al 46% según ocupación). El resto, correspondía, en ambos casos, a los estratos altos.
Los números objetivos (por ingresos, ocupación, gastos, educación, etc.), por tanto, indican que en los últimos 20 años, las clases medias han aumentado en casi todos los países de la AL (salvo en unos pocos países como Honduras o Venezuela, por ejemplo). No han disminuido como se difunde equivocadamente.
¿Por qué, entonces, las clases medias se percibían disminuidas y afectadas? ¿Por qué, en muchos países se rebelan y lanzaban a las calles antes de la pandemia? La respuesta no parecía estar en los números, sino en las percepciones o aspiraciones. Durante de la Pandemia (2020-2021 especialmente), y en algunos países todavía en el 2022 y 2023, los números podrían sustentar esa afectación, y sin embargo, en los últimos tres años, se han lanzado menos a las calles.
No hay una respuesta uniforme, pero conviene pensar en ello. La democracia necesita el apoyo de las clases medias (como prefieran), porque son ellas las que más la aprecian, y las que más rechazan las alternativas autoritarias. Por ello, si las clases medias (mayoritarias en AL y en Costa Rica, como vimos), están enojadas con el sistema, difícilmente podremos defenderlo bien.
Iniciemos por preguntarnos sobre sus patrones de consumo. Por ejemplo, gastan mayor proporción de sus ingresos en transporte (básicamente, vehículos privados) y se preocupan más por el estado de las carreteras. Gastan, proporcionalmente, más en educación, en salud y en seguridad.
A nivel de educación preescolar, primaria y secundaria, pagan o aspiran a que sus hijos vayan a la educación privada. A nivel de los servicios de salud, aunque utilizan los servicios de la seguridad social, gastan más y necesitan o aspiran a la medicina privada.
Sienten que el sistema los excluye, porque los obliga a pagar altos impuestos, pero, a diferencia de los países europeos (por ejemplo), tienen que cubrir, además, buena parte de los costos de educación, salud o seguridad, porque las limitaciones de los servicios públicos los obligan a ello (listas de espera en salud, inseguridad en los barrios, calidad de la educación pública).
Los subsidios de vivienda, las pensiones no contributivas, las ayudas sociales, los bonos escolares, la comida en las escuelas, los asilos de ancianos, la cita en el Ebais, y cada vez más, la educación pública y los servicios públicos de salud, la cita con el especialista o la cirugía programada no le son accesibles realmente.
Han tenido que buscar condominios con guarda o pagar con los vecinos por guardas privados. Tienen que pagar ‘guachimanes’ cuando se estacionan en la calle, van al Estadio o cuando salen a comerse algo.
Pagan muchos impuestos, no solo de la renta, sino de seguridad social, de valor agregado (su consumo no es mayoritariamente parte de la canasta básica), pagan más cara la electricidad y el agua, pagan impuestos especiales (de ganancias de capital, de hidrocarburos, de bienes inmuebles, marchamos, tasas municipales, compras de vehículo, perfumes, que consumen mucho más). Y, claro, esperan recibir algo a cambio por todo lo que pagan. No tienen mucho margen para eludir el pago de impuestos y, además, la educación de sus hijos, el pago de la seguridad en su barrio y el pago del médico o de las medicinas en la farmacia, no son deducibles.
Están a favor del medio ambiente y la descarbonización, pero no quieren que les suban los impuestos a los combustibles (Francia, chalecos amarillos) ni que le eliminen los subsidios al mismo (Ecuador, por ejemplo). Están a favor de la solidaridad, pero que no les eleven la edad de pensión (Francia 2023), ni que les suban más las cuotas de la seguridad social. Quieren educación para todos, pero sobre todo para ellos. Por eso es natural que pidan “Medicare for All” (no solo para los adultos mayores y los pobres, como en Estados Unidos), o que exijan universidades públicas gratuitas o muy subsidiadas (USA, Chile, y América Latina).
Las universidades públicas se vuelven su refugio, porque allí son sus principales beneficiarios (los más pobres, difícilmente completan la secundaria). Por eso, quizás, aunque el gasto público universitario sea regresivo y subsidie fundamentalmente al 50% más rico de la sociedad (mayoritariamente las clases medias); aunque las pensiones con cargo al presupuesto nacional (especialmente las del poder judicial y del magisterio, dado que las otras tienden a morir), sean muy regresivas, se las defiende a muerte porque probablemente sean parte de los últimos beneficios públicos de las clases medias (al menos, de ambos grupos de los estratos medios y altos).
No es un reclamo de igualdad, ni a favor de los pobres, es un reclamo a favor de su condición de clases medias, que se diferencia de los primeros, pero que -al mismo tiempo- no pueden pagar los servicios que sí pueden pagar los más ricos.
Por eso, la disminución de la pobreza, las acciones progresivas a favor de los más desposeídos, siendo necesarias y prioritarias, no evitan el desencanto de las clases medias contra la democracia, a menos que se acompañen de acciones que resguarden, también, a esas clases medias.
En nuestros países, la grandísima mayoría de los estratos bajos (especialmente los más pobres), difícilmente tuvieron opción siquiera de terminar el colegio, mucho menos de ganar el examen de admisión universitario en las carreras prioritarias y, en el caso admirable de que lo logren, difícilmente podrían estudiar sin trabajar al mismo tiempo. La grandísima mayoría de los más pobres, por eso mismo, no tuvieron oportunidad de trabajar como funcionarios públicos ni de beneficiarse de sus convenciones colectivas (casi todos los puestos disponibles, exigen bachillerato y la grandísima mayoría de los pobres no tienen bachillerato). Son las clases medias, los funcionarios públicos y los estudiantes universitarios, los que se manifiestan masivamente en las calles, forman barricadas, gritan consignas y se afirman como los representantes del pueblo (“el pueblo unido jamás será vencido”, etc.).
No es una radiografía completa, pero conviene que la tomemos en cuenta a la hora de diseñar políticas públicas. La prioridad deben ser los que más lo necesitan (la Iglesia la llamará “opción preferencial por los pobres”), pero una sociedad democrática, debe garantizar también que todos los sectores (clases medias y empresarios incluidos), se sientan parte y puedan prosperar en ella.
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Las opiniones expresadas en esta publicación son del autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de la Academia de Centroamérica, su Junta Directiva, ni sus asociados.
Publicación original en crhoy.com (24/05/2023)Complete the following form and join Central America Academy for information and regular updates.
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