N uestro Banco Central ha estado recientemente en el ojo del huracán cambiario que vivimos a finales del mes de mayo. Luego de años de estabilidad en el tipo de cambio, circunstancia que llamaba la atención por singular, en unas pocas semanas el precio del dólar, paso de cotizarse en 570 colones a inicios del mes, hasta alcanzar 595 colones el 24 de mayo, una devaluación de nuestra moneda del 4.4%. Una corrección necesaria, pensaban algunos, sobre todo considerando el comportamiento de otras monedas en las economías de la región. Nuestro Ente Emisor no compartía esa opinión, pese a haber perdido unos 900 millones de dólares en reservas en lo que iba del año, por lo que para corregir esa tendencia “especulativa”, triplicó la tasa política monetaria de referencia y anunció que estaba dispuesto a gastar USD 1000 millones de sus reservas más una línea de crédito del Fondo Latinoamericano de Reservas por igual monto para asegurar el comportamiento “ordenado” del mercado. Las medidas tuvieron efecto y una semana más tarde el dólar volvió a cotizarse a 571 colones.
La gran mayoría de expertos interpretaron esto como una desviación del enunciado de política del Banco que en teoría es el de metas de inflación. ¿Por qué? Pues porque en ese régimen el objetivo de política es el nivel de precios, no el tipo de cambio. Y si bien es cierto que puede argumentarse que las condiciones estructurales de la economía real no han cambiado, la realidad es que variables financieras claves como el déficit fiscal, la inversión extranjera directa y la expectativa de tasas de interés en los mercados internacionales sí lo han hecho y estas afectan la demanda de divisas en nuestra economía. Aún más, en una clara contradicción con su política de desincentivar la dolarización del crédito, lejos de permitir que el costo de la volatilidad cambiara afectara a los deudores en dólares, la intervención realizada no solo evitó que esto se diera sino que además penalizó a los deudores en colones pues la gran mayoría estos créditos tienen tasas variables que estarán aumentando significativamente como resultado del incremento en las tasas para defender el colón.
El eje central en un régimen de metas inflacionarias es la credibilidad del Banco Central pues es a través del cumplimiento de su “palabra”, que los agentes económicos se llegan a convencer que en el largo plazo la estabilidad de precios está garantizada por las acciones del Banco. La falta de claridad con la cual el Central ha venido ejecutando su política cambiaria mina este elemento fundamental para lograr cimentar las metas de inflación. Peor aún, la poca transparencia en la toma de acuerdos por parte de su Junta Directiva es un factor que debe atenderse si realmente se quisiera seguir avanzando por este camino. Como ejemplo, las minutas de las reuniones del comité de política monetaria de la Reserva Federal de los Estados Unidos, la Fed, son públicas y así los agentes económicos están en capacidad de conocer el voto razonado de cada uno de sus miembros para adoptar o rechazar una medida en particular. Adicionalmente, de manera trimestral, el Gobernador de la Fed informa al Congreso del avance de su programa monetario y las expectativas futuras. Esta instancia de rendición de cuentas tampoco existe en nuestro país.
Si deseamos mantener tasas de inflación bajas como las de los últimos años, que han sido más casualidad que virtud, debemos fortalecer la gobernanza del Banco Central y la adecuada rendición de cuentas. De nada sirve decir que vamos para el norte si nos movemos al sur. El paso se muestra andando.
Articulo original de CRhoy