Y a es oficial: el miércoles comenzó la campaña electoral. La solemnidad de su convocatoria, realizada por Luis Antonio Sobrado, presidente del Tribunal Supremo de Elecciones, junto con los demás magistrados electorales y presidentes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, es de sobra justificada. Más solemne aún es lo que sigue: una competencia que culminará con la elección de los 60 cargos más importantes para la conducción política de la nación: un presidente, dos vicepresidentes y 57 diputados.
Siempre tendemos a calificar de determinante cualquier circunstancia o prueba que enfrentemos. Esta, sin embargo, lo es en serio, no solo por la situación del país (mejor de lo que muchos dicen, y no peor que otras veces), sino por la atomización de las candidaturas.
El gigantesco abanico de propuestas refleja una sociedad cada vez más dispersa, una insuficiencia de los principales partidos para canalizar las aspiraciones emergentes y un sistema de representación en los límites de su funcionalidad: algo anda mal cuando existen 27 aspirantes presidenciales, 17 de ellos con doble postulación. El resultado inmediato es una recarga de volatilidad, confusión y personalismo como nunca antes había existido en una elección.
Sin embargo, no podemos adelantar desenlaces. Es posible que la dispersión de candidaturas lo sea del resultado, sobre todo legislativo, y traiga monumentales retos de gobernabilidad para el próximo cuatrienio, pero también lo es que, ante tantos partidos y candidatos, el electorado se decante por los más serios, responsables, conocidos y preparados, y descarte aquellos que ni siquiera llegan a la categoría de espejismos.
Si la campaña lograra superar los simplismos burdos, conducirse con respeto, centrarse en propuestas sólidas y, sobre todo, en cómo y con qué recursos impulsarlas, podríamos culminar el proceso con razonable éxito. Por el lado de la oferta, no hay garantía de que ocurra: el objetivo central de cada candidato es ganar y lo más responsable no siempre coincide con lo más eficaz para captar votos; al menos, eso creen. Debemos, entonces, exigir desde la demanda: los ciudadanos que elegimos, los medios que inciden en la agenda pública y los líderes de opinión con capacidad de valorar promesas. Quedan cuatro meses.
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Publicación original en La Nación (07/10/2021)