N unca antes en su historia un secretario general de las Naciones Unidas se había dirigido de forma tan dramática, y en público, al gobernante de un miembro permanente de su Consejo de Seguridad. «Solo tengo una cosa que decir desde lo más profundo de mi corazón —afirmó António Guterres ante ese órgano, el miércoles—: presidente Putin, frene el ataque de sus tropas contra Ucrania. Dé una oportunidad a la paz. Demasiada gente ha muerto ya».
El autócrata ruso, por supuesto, no hizo caso, y sus tropas aceleraron una brutal invasión desde el sur, este y norte, mientras aviones y misiles de alta precisión destruían blancos militares y logísticos clave. Su superioridad bélica es tan grande, que llegarán hasta donde quieran, con pavorosos costos en vidas y un golpe irreparable a la paz y el sistema internacional.
Con su ataque y las pretensiones que lo animan, Putin ha violado flagrantemente la Carta de la ONU, que establece «el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros» y la renuncia al «uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado».
Ha violado el Memorando de Budapest de 1994, en el que garantizó, con Estados Unidos y el Reino Unido, la integridad territorial de Ucrania, luego de que la recién independizada exrepública soviética renunciara a su arsenal nuclear, el tercero mayor del mundo. Y ha violado el Acuerdo de Minsk y su memorando complementario, que suscribió en 2014, tras la anexión de Crimea e intervención en las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, que exigió el retiro de sus mercenarios y prohibió las «operaciones ofensivas» desde y contra esos territorios. Pero en ellos, precisamente, comenzó el ataque.
Sobre la falsa noción de que no existe una nación ucraniana, Putin ha vuelto al siglo XIX, cuando el zarismo inventó el concepto de una sola entidad integrada por la «Gran Rusia» (la actual), la «pequeña» (Ucrania) y la «blanca» (Bielorrusia). Pero lo cierto es que su proyecto nacional, aunque sistemáticamente cercenado por Moscú, tiene larga historia. Asistimos a una jugada geopolítica de enorme riesgo, asentada en una aspiración imperial sin sustento y activada por la acción militar en suelo europeo más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Los ucranianos son, ya, un pueblo mártir.
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Publicación original en La Nación (24/02/2022)