Un punto de vista persistente en la discusión actual de los asuntos de interés nacional, se refiere al descontento reinante, a la inconformidad generalizada, sobre la situación del país. En efecto, con muy contadas excepciones, todos –políticos y clérigos, académicos y profesionales, trabajadores y empresarios, jóvenes y viejos– se quejan, de manera constante, de las deficiencias y fallencias que aquejan a la sociedad costarricense. Y no se trata de una crítica de poco monto o hecha a la ligera, pues, abarca diferentes ámbitos de la vida cotidiana: la política, la educación, la economía, la cultura así como los aspectos sociales.
Se considera que algo anda mal, muy mal. De hecho, el grado de pobreza, exclusión, desigualdad e inseguridad al cual se ha llegado es realmente inaceptable para el nivel de desarrollo económico ya alcanzado por el país. No es una simple borrafalla. No. Es algo que afecta a todos los costarricenses, todos los días.
En vista de esta situación, han proliferado las ideas, planteamientos y sugerencias a fin de modificar el “sistema”, el “modelo”, el “estilo” o la “estrategia” de desarrollo actualmente vigente en el país